Tuesday, January 31, 2017

La guerra contra los medios: II- Pequeño manual para entender a Trump

Donald Trump, el hombre más mediático que ha llegado a la política, emprendió desde el primer día de campaña una guerra contra los medios de comunicación y esta solo ha arreciado desde el momento que se hizo presidente. Sin embargo, su propósito no es destruirlos –ya que son su mejor herramienta de propaganda- sino neutralizar el poder de indagación que tiene la prensa y manipularla para su beneficio.

Trump no es el primer líder populista en utilizar esa estratagema, pero sí ha sido el más efectivo y el que mejor conoce la manera de hacer que todos los medios, los que están a su favor pero, en especial, los que están en contra, trabajen para él.

Un ejemplo cercano de esa estrategia que conocemos los latinoamericanos es Venezuela, que ha aprendido muy bien de la escuela de control social y la sociedad policial que durante décadas ha desarrollado el régimen comunista de Cuba y que Hugo Chávez supo muy bien aprovechar. Hoy, casi dos décadas después de su llegada al poder, la gran mayoría de los periódicos, canales y recursos de información están en manos del Estado o de aliados del chavismo. Los medios que aún se atreven a oponerse al régimen tienen media mordaza en la boca (la vigilancia permanente del Estado, que controla el lenguaje y el tipo de información que se puede publicar) y una mano atada a la espalda por la falta de recursos (los dólares los maneja el Gobierno).

De modo que Venezuela es un ejemplo parcial de lo que podría llegar a pasar con los medios de comunicación en EE.UU. Sin embargo, sirve como advertencia y acicate para evitar algo similar aquí.

En la guerra por “la verdad y los hechos”, la iniciativa está en el campo de Donald Trump. La mayoría de los medios están trabajando en modo reactivo, puyes apenas si alcanzan a reaccionar a los permanentes acontecimientos mediáticos generados por Trump y los constantes ataques que él y sus mensajeros lanzan. Cuando las juntas editoriales y los columnistas responden a un tuit del presidente, ya es tarde. Cada una de las escaramuzas que hemos visto ha sido ganada por él.

El problema radica en que no hemos asimilado el objetivo del Presidente, cuál es su propósito en esta pelea contra el The New York Times, el Washington Post, CNN, MSNBC, el Huffington Post, las estrellas de Hollywood, en fin, the liberal media.

Donald Trump no quiere destruir a esos medios. Los necesita. Al fin de cuentas son su caja de resonancia, son los multiplicadores de sus palabras y de sus ideas, los propagadores del miedo y la desazón en los que naufraga la mitad del país y el resto del mundo. Si los medios decidieran un día boicotearlo y dejar de repetir su mensaje, si en un acto de heroísmo colectivo todos decidieran ignorarlo (algo casi imposible, lo sé), a partir de ese momento el agua comenzaría a retornar al molino. Como eso no va a suceder, hay que tratar de comprender su objetivo y actuar en consecuencia, con ese conocimiento en mente.

Cada vez que Donald Trump y sus voceros lanzan un ataque contra un periódico, contra un periodista en particular, contra un canal, lo hace de una forma deliberada que él conoce muy bien y le produce dividendos inmediatos, precisamente a través de la reacción que obtiene de los medios.

Veamos* en detalle qué logra Trump con cada una de esas peleas:

--Mantiene la iniciativa
--Neutraliza a los medios y los mantiene en modo reactivo
--Distrae del tema en cuestión y pone el foco en el mensajero
--Convierte al medio en ‘el enemigo’
--Consigue la multiplicación viral de su mensaje (y del insulto)
--Incrementa el nivel de miedo/desprecio en la oposición (su alimento)
--Reina la confusión y la impotencia en los opositores (se enojan)
--Agita a sus seguidores, que ahora lo adoran más (su sustento)
--Dejan de escuchar/leer/creerle al medio: solo escuchan al jefe
--Como no cambia ni corrige ni se disculpa, luce todavía más poderoso
--Los que se sienten ofendidos e indignados lucen débiles y blandos
--Desgasta la credibilidad del medio: se hace inmune a las críticas
--Trump luce ganador; el oponente luce perdedor

*Nota: Esta es una lista parcial de beneficios, apenas lo que alcanzo a compilar por ahora. Habrá más a medida que pase el tiempo. Además, es apenas una enumeración sin explicación. Hay mucho para decir de cada punto. Quizás sea trabajo para el futuro de este Pequeño Manual.

Como todas las buenas guerras, esta es una que los protagonistas no quieren que acabe. Mientras más dure, más les favorece. En este caso, Trump es el equivalente al industrial dueño de las fábricas de armamento que se beneficia de que la guerra continúe, pues es lo que le permite seguir produciendo y ganando. Él no busca aplacar a los medios y vencerlos ni romperles la columna vertebral. Si la guerra terminara, acabaría su existencia. De modo que él mismo se encargará de mantener este ritmo de combate y querella.

Por otra parte, irónicamente a los medios les ha resultado muy conveniente mantener esta pelea cazada y sostenerla con intensidad. El beneficio es mutuo: Trump se ha convertido en la mejor fuente de sustento de los canales y los periódicos, el generador de ratings y audiencias. En el fondo, los inversionistas deben estar agradecidos por lo que ocurre, pues aunque Trump les resta influencia, a la larga les incrementa la relevancia. Claro, siempre y cuando no se sature al público.

Esta contraparte del fenómeno debe ser evaluada con más atención, pues en ello se juega el valor moral y ético y el papel del periodismo. Los efectos pueden tener grandes consecuencias a futuro en cuanto al rol que juegan los medios en la sociedad. Eso, sin embargo será materia futura para El Opinón.


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Monday, January 30, 2017

I- Pequeño manual para entender a Trump

"Trust Me", caricatura del Autor
Creo que al fin estoy comenzando a entender –un poco- lo que está ocurriendo en el mundo bajo el dominio de Donald Trump. Me ha costado un gran esfuerzo. Mi instinto político ha necesitado de estas semanas para atravesar las diversas capas de ansiedad, miedo, incertidumbre y bronca que me produjo el triunfo de los republicanos liderados por el magnate de Nueva York. Digamos que se ha abierto una rendija de claridad en medio del caos y la oscuridad y quiero compartir lo que he aprendido.

Para no extenderme demasiado en esta entrega, procuraré enfocarme un uno de los aspectos que distingo. En otras entregas posteriores espero dilucidar otros elementos.

La primera recomendación para mis amigos periodistas, liberales, progresistas, demócratas y rebeldes en general: No subestimen al líder ni a sus seguidores. El hecho de que no entendamos su lenguaje, que nos parezca ramplón y chabacán, que nos parezca errático y desorientado, todo eso es mera apariencia, una vieja herramienta utilizada por los líderes populistas. Los únicos perjudicados al sostener esas opiniones son los oponentes de Trump. Él se regodea en ello, disfruta y aprovecha la desesperación de quienes tratan de frenarlo con sus críticas.

Es cierto que Trump manipula la opinión de sus seguidores, pero es magistral la forma como consigue que sus oponentes y críticos hagan la mayor parte de ese trabajo por él. Los ataques que la izquierda, los demócratas, los intelectuales, los activistas, los medios e incluso unos pocos republicanos indignados lanzan en su contra –muchos de ellos llenos de insultos e improperios, otros descalificando sus capacidades intelectuales e incluso diagnosticando supuestos males mentales-, no debilitan a Trump ni a sus seguidores sino que lo fortalecen. ¿Cómo?

Su táctica suele tener dos partes con las cuales logra convertir los ataques de sus oponentes en instrumentos a su favor:
  1. La queja: cuando Trump se queja de lo mal que lo tratan invierte la ecuación y se pone él en la condición de víctima (a pesar de poseer todos los instrumentos del poder), provocando de inmediato, a) la solidaridad y la identificación de sus seguidores que se sienten igualmente víctimas, y, b) convirtiendo al crítico en un injusto agresor.
  2. El ataque al mensajero: cuando Trump se burla de sus críticos y los ataca (generalmente en el mismo mensaje o quizás en uno que publica casi de inmediato) suele poner al crítico a la defensiva y de paso distrae del asunto en cuestión, de aquello por lo que estaba siendo criticado: no responde a la pregunta ni cambia de opinión. Además suele darles a sus seguidores una razón para sonreír, pues el lenguaje que usa, a veces casi infantil, es divertido para ellos.


Para ilustrar esto podría usar cualquiera de los tuits que el presidente manda, pero solo voy a citar uno de los incidentes más recientes…

Los senadores John McCain y Lindsey Graham son dos de los escasos legisladores republicanos que han criticado la orden de prohibir el ingreso de refugiados y los visitantes de siete países de mayoría musulmana. En un comunicado conjunto, los senadores dicen que temen que la orden ejecutiva sea percibida en el mundo como un rechazo a los musulmanes y con ello se convierta en una herida auto infligida en la lucha contra el terrorismo.

La respuesta de Trump no se hizo esperar: “La declaración conjunta de los excandidatos presidenciales John McCain & Lindsey Graham está mal –son tristemente débiles en inmigración. […] los dos senadores deberían enfocar sus energías en ISIS, la inmigración ilegal y la seguridad de la frontera en vez de siempre buscar comenzar la Tercera Guerra Mundial”.

En su respuesta, con pocas palabras Trump logra varios objetivos: les recuerda que ambos perdieron sus candidaturas presidenciales; les dice que están equivocados por ser débiles en inmigración; los acusa de ser ellos los que buscan comenzar una guerra. No intenta jamás explicar o responder a la crítica, simplemente se deshace del crítico resaltando lo que él y sus seguidores ven como debilidades. A ello se agrega que quienes detestan a Trump utilizan su respuesta y la replican en artículos (como este), mensajes por las redes sociales y más, para resaltar sus supuestas incongruencias o fallas: no se dan cuenta de que con ello se convierten en propagadores del mensaje denigrante de Trump hacia los senadores, en multiplicadores del insulto. El verdadero problema –la crisis humanitaria que la orden ejecutiva está comenzando a provocar- queda relegada a un plano de inexistencia en la discusión.

En este contexto, el trabajo del medio de comunicación debe ser ‘dar la noticia’, por supuesto, y el de los críticos y analistas debe ser ‘analizar y criticar’, claro, y el de los activistas debe ser ‘la acción’. Sin embargo, debemos ser más ingeniosos de lo que hemos sido hasta ahora para ser más efectivos. De eso comenzaremos a hablar en la próxima entrega de El Opinón.


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Tuesday, January 3, 2017

A orillas del río Fobos

Hace meses que vivo a orillas del río Fobos. Por su corriente baja el miedo, convertido en una sustancia espesa, pegajosa, pesada que avanza inexorable como un río de lava que hipnotiza con sus lentos estertores y sus fétidos aromas.

"No hay humanos ilegales", foto del autor
Corriente arriba escucho el ruido de las ruinas que bajan amenazantes, el quebrar de troncos que, como esqueletos milenarios, se rompen ante el peso insalvable del terror que se acerca y arrastra en una corriente revuelta los restos de la civilización.

Como si fuera un manglar, estoy atrapado a la orilla de este río, incapaz de escapar. Mis pies, como raíces, están atascados en el fango de la historia: no puedo dar un paso hacia adelante para incorporarme al pánico, ni dos pasos atrás para escapar. Parece que estoy condenado a que me arrastre esta fuerza incontenible.

Por mi mente cruzan mil preguntas y las repuestas no hacen sino incrementar la angustia. Quiero saber si podríamos haber hecho algo para eludir este destino de pavor o si esto era algo que estaba escrito en las leyes de la insondable naturaleza humana. Escucho una voz que me dice: “Lo hecho, hecho está”. Otros son los que ríen.

Desde el norte llega una voz que habla con frases incompletas e inconexas. Quiero descubrir una señal que alivie la ansiedad, pero no la oigo. Un ejército de políticos avezados, de abogados estudiados y de magnates agigantados avanza sin pausa para tomarse todas las instancias del poder y desandar lo andado.

Al sur, haciendo eco en la pared que se yergue inmensa, escucho un clamor remoto de almas que luchan y se resisten. Su voz me alcanza como un viento refrescante. Muevo un pie, después el otro. Con esfuerzo consigo desprenderme de este fango pegajoso y me alejo de la orilla.

Desde la distancia puedo ver el desastre que el miedo causa. Es hora de moverse.


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