Thursday, August 17, 2017

La marca de Trump

Entendamos que Donald Trump es un hombre nacido en cuna de oro que jamás ha tenido que hacer un esfuerzo real para conseguir dinero y poder. Entendamos, además, que creció en una sociedad de consumo en la que las celebridades tienen más importancia y valor que los líderes políticos, espirituales o sociales. No podemos tampoco olvidar que Trump entendió muy temprano esa dinámica y la supo aprovechar al máximo. De hecho, ese es su verdadero talento: su capacidad de proyectar una imagen que genera admiración en un segmento específico de la población. Mientras que algunos sienten repugnancia e incredulidad ante sus actuaciones, otros le admiran por ese fetichismo que tiene nuestra sociedad ante el dinero y el poder. Trump entendió que lo que importa no es ser inteligente sino famoso; lo que vale es tener dinero, no valores; lo que da poder es el poder y no la verdad.

En ese orden de ideas, Donald Trump ha explotado al máximo el poder que le ha otorgado el hecho de ser una celebridad con mucho dinero. No ha tenido ningún prurito a la hora de hacer negocios y de quebrarlos para volver a hacerlos. En el curso de ese camino, miles de personas se han visto afectadas y destrozadas, pero él y su familia han salido indemnes. No le ha importado convertirse en un payaso o ser el hazmerreír de todo el mundo, siempre que eso le represente más reconocimiento de marca.

Lo que más valora Trump es su nombre. A eso le ha apostado toda su vida. De hecho, se metió en la política, no para ‘hacer el bien’ o ‘para servir’, sino para engordar aún más el valor de su apellido y así hacer más dinero con él.

Desde la perspectiva actual de los acontecimientos, a medida que la nación se divide a lo largo de las endebles costuras de la herida que ha dejado en su historia el racismo, ver la forma como Trump maneja la crisis que él mismo ha generado desde cuando comenzó su campaña política años atrás en la categoría de ‘birther’, provoca una mezcla de vergüenza y miedo. ¿Cómo pudimos llegar hasta aquí? ¿Cómo es posible que el mismo presidente sea capaz de abiertamente defender las estatuas y los símbolos y las huellas y las ideas de los supremacistas blancos, de aquellos que quisieran volver a ver implantada la segregación, de quienes odian a todo aquel que no sea de su raza, de quienes se refieren a nosotros, los mestizos, como ‘desechos genéticos’?

En algún momento de la campaña se denunció que el padre de Donald Trump había sido un supremacista blanco y que había instilado en su hijo esos valores. Los hechos actuales parecen confirmarlo. Aunque no sea cierta esa historia de su padre, en todo caso parece que nos dejamos engañar y permitimos que llegara a la Casa Blanca un hombre que comulga con ellos.

Anoche Stephen Colbert insinuó, en su estilo cómico cáustico, que para el fin de semana es posible que Trump no sea más presidente. Mike Pence recortó su viaje por Latinoamérica para acudir presto a una reunión en Camp David. Ya sé que no son hechos, tan solo figuraciones, pero es triste que este país se vea abocado a esta clase de especulaciones: ¿Será que renuncia? ¿Será que el Fiscal Especial está a punto de ordenar su enjuiciamiento? ¿Está delirante?

Hoy es jueves y no lo sabemos todavía, pero en medio de esta zozobra, es válido hacer un poco de ‘política ficción’ y tratar de imaginar qué está pasando por la mente de Trump.

Hoy veo que es posible que al enterarse de las verdaderas posibilidades de ganar las elecciones presidenciales el año pasado, Donald Trump pudo haber hecho el siguiente cálculo: “Nada hay más poderoso que la presidencia de los Estados Unidos. No tengo preparación para ejercerla, pero no importa, porque, aunque lo haga mal y termine en un juicio político, mi Vicepresidente me perdonará como hizo Ford con Nixon (nadie quiere ver a su presidente tras las rejas). Aunque eso suceda, podré regresar tranquilo a mi Trump Tower en Nueva York o a Mar-a-Lago y desde allí mis hijos y yo seguiremos recogiendo los frutos de mi nombre. Después del escándalo que he provocado, la marca Trump será la de mayor reconocimiento en todo el mundo, la más valiosa. Y, todos sabemos lo que una marca conocida puede hacer.

No importa qué haga o diga o cuánto daño ocasione Donald Trump, tras él siempre estará esa multitud de admiradores y aduladores que le seguirán con ceguera y convicción. Es la misma gente que siempre ha adorado al bully, al matón del barrio, al más rudo. Esa gente no dejará de quererlo y cada vez que aparece un personaje con las capacidades histriónicas y el carisma suficientes como este, encontrará quienes le sigan. Esa parece ser una condición inevitable de nuestra humanidad.
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Friday, August 11, 2017

El peligro del castrouribismo

Varias democracias de América Latina se ven hoy amenazadas por una sombra que se va extendiendo a medida que se aproximan las horas del atardecer de la democracia. Se trata del peligro del castrouribismo, una versión actualizada y muy bien estructurada de pensamiento que busca imponer una forma de autoritarismo dispuesto a modificar las reglas del juego para perpetuarse en el poder.

"El Gigante", ilustracion del autor
sobre la obra de Goya
En Venezuela se expresa a través del chavismo o del actual madurismo. En Colombia se manifiesta en el uribismo del Centro Democrático, en iniciativas como la del destituido procurador Alejandro Ordoñez o en la propuesta de convocatoria a una Constituyente que esgrime Piedad Córdoba. En Bolivia y Nicaragua la doctrina ya está impuesta y será difícil derrotarla, pues está incorporada a las mayorías.

En el castrouribismo conviven la izquierda y la derecha, es decir, lo castrista y lo uribista de nuestras sociedades. Una de las características de esta forma de pensamiento es que muchas personas prefieren tener en el poder a un gobierno que no dude a la hora de ejercer la fuerza y vencer a sus oponentes. Este autoritarismo no le pertenece a una ideología en particular. Las dictaduras de la doctrina de seguridad nacional de las décadas de los setentas fueron muy similares al régimen comunista de Cuba en el ejercicio del poder.

Lo que diferencia al castrouribismo de esas versiones anteriores de autoritarismo es que esta actualización sabe hacer uso de las herramientas de la democracia para imponerse y, una vez en el poder, provocar los cambios que permitan que ese partido o coalición o caudillo se perpetúe en el gobierno. Sus principales herramientas son los equipos de consultoría política, los estrategas que saben manejar el mensaje a través de las redes sociales y la inyección de ingentes cantidades de dinero es dicho plan. Esas estrategias permitieron sorpresas electorales en Gran Bretaña, Colombia, Estados Unidos y han puesto en peligro a otras sociedades.

Venezuela es un caso crónico. Durante los años de gobierno de Hugo Chávez y gracias a su carisma y el poder del petrodólar, se modificaron las estructuras del poder de manera que permitieron que, cuando se debilitó el proyecto, pudieron garantizar la permanencia de los chavistas en el poder. Aunque ya no cuentan con las mayorías que sostuvieron a Chávez, sí mantienen el control férreo del Ejecutivo, las Fuerzas Armadas, el Tribunal Superior de Justicia y el Consejo Nacional Electoral, lo que les permitió imponer una Asamblea Nacional Constituyente y mantener neutralizada a la oposición.

Nicaragua es otro caso similar de un régimen de izquierda que, siguiendo la más rancia tradición comunista, se perpetúa en la dinastía de los Ortega.

En Colombia el peligro tiene varias caras. Tanta insistencia de los uribistas respecto al peligro del castrochavismo que supuestamente nos impondrían las FARC desmovilizadas, ha permitido ver que el verdadero peligro está encarnado en quienes promueven versiones de autoritarismo de derecha o de izquierda, es decir, de castrouribismo.

En la derecha se va configurando una alianza que parece traída de los pelos de la historia: la fusión de religión y pensamiento conservador. Líderes políticos y pastores de iglesias se unen para imponerse a fuerza de fe. Sin temor alguno proponen recortar libertades individuales, como la libertad de pensamiento y de expresión, algo que se demuestra en sus ataques a la prensa, a la sátira política y la agresividad en las redes sociales.

En Colombia es tan severo el desprestigio del castrouribismo de Nicolás Maduro que Gustavo Petro se vio obligado a aclarar en un extenso video que su propuesta no se parece a la que ha conducido al fracaso económico de Venezuela. Falta ver si los electores le creen.

En todo caso, Colombia no debe olvidar que fue durante el gobierno de Álvaro Uribe cuando se manipuló al Congreso para aprobar una reforma política que permitió su doble mandato y el de su sucesor. Y su obsesión con el poder no cesa, pues desde su puesto en el Senado, sigue representando una fuerza política capaz de imponerse.

El peligro del castrouribismo está vivo y su semilla está sembrada en muchas conciencias que no necesitan ser compradas. La gran pregunta es si nuestras sociedades son capaces de impedir caer en sus garras.


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Friday, August 4, 2017

El abismo de la izquierda

A pesar del evidente fracaso económico y social que el madurismo representa, la izquierda latinoamericana insiste en defender lo indefendible. No alcanzan a reconocer el daño que se están causando a si mismos cuando apoyan al régimen de Nicolás Maduro y repiten a los cuatro vientos los manidos argumentos con los que este se sostiene, los mismos que durante décadas ha usado el castrismo en Cuba: todo es culpa del imperialismo. Cuando el modelo de socialismo del Siglo XXI que le presentan al mundo es un fracaso, ¿de dónde van a salir los deseos por reproducirlo en otras naciones?

"El veneno del poder", ilustración del autor.
Hoy parece que a los patrones del chavismo no les interesa sino sostenerse en sus puestos a toda costa, aunque eso implique pasar por encima de sus propios valores y de su propia gente.

Miles y miles de venezolanos se han movilizado a las calles y allí enfrentan a una Guardia Nacional Bolivariana que los reprime con fuerza extrema. A pesar de las imágenes que hemos podido ver, tomadas por los mismos venezolanos que están en el lugar de los hechos, los militantes de izquierda en América Latina no pierden tiempo para descalificar esas tácticas de lucha callejera en las que durante décadas ellos mismos fueron maestros. Así como ayer los gobiernos de derecha hablaban de terroristas en contra de los estudiantes de izquierda, hoy los izquierdistas acusan de paramilitares a los estudiantes venezolanos que protestan en las calles.

La izquierda parece no ser consciente del daño que se hace defendiendo a Maduro y Diosdado. Lo que hoy vivimos es similar a lo que ocurrió en tiempos de Stalin cuando los comunistas se negaron a condenar los horrendos crímenes que se cometían en la Unión Soviética o al ignorar los crímenes de la China de Mao Zedong o los fusilamientos de contrarrevolucionarios en la Cuba de Fidel Castro. Queda claro que para la izquierda, como para la derecha, lo que importa es el poder.

Es cierto que la derecha en nuestro continente ha sido funesta y cruel a través de la historia. Sin embargo, después de ejercer el poder y fracasar en la construcción de esa sociedad de justicia y solidaridad, la esperanza que para muchos representó la izquierda se diluyó en sus propias contradicciones y en su incapacidad para gobernar con responsabilidad y eludir las garras de la corrupción. A través de varias experiencias ha quedado demostrado que, sin importar la ideología, quien adquiere una cuota de poder y es susceptible a sus embelesos, se las ingeniará para llenarse los bolsillos y perpetuarse en su puesto.

Por eso creo que la defensa a ultranza del madurismo pone a la izquierda latinoamericana al borde del precipicio, pues sus contradicciones se hacen demasiado evidentes y es muy fácil para sus oponentes señalar con el dedo a los fracasos de la Venezuela de Maduro y la represión que ejerce contra su pueblo para desvirtuar cualquier propuesta que hagan.

Claro que también es posible un resultado contrario a lo que aquí se plantea. Esto en virtud de que vivimos en un mundo polarizado y facilmente manipulable en el que la palabra ‘cambio’ puede ser usada desde cualquier sector. Esa palabra fue la que puso a Chávez en el poder, la que sacó a Gran Bretaña de la Unión Europea y la que le dio Donald Trump al mundo. De la misma manera puede ser la palabra que saque a Maduro de Miraflores.

Hemos hablado con varios venezolanos que se reclaman porque no ha surgido entre la oposición un líder fuerte que logre unificarlos en torno a un mismo proyecto. El Opinón cree que la gran virtud de la oposición es su composición variopinta y diversa y que es preferible que no surja un nuevo Chávez de derecha. Lo que esperamos es que los venezolanos logren recomponer su democracia para que en ella puedan convivir todas las tendencias, en vez de tener a una que se impone a la fuerza sobre las demás, tal como sucede hoy.

En Venezuela es urgente un cambio en el ejercicio del poder, una salida que evite un baño de sangre antes de que se consolide la espuria Asamblea Nacional Constituyente que buscará perpetuar un modelo fallido y que eliminará el disenso.

Es peligroso para el continente que la izquierda no tenga reparo en promover y sostener un modelo autoritario que está dispuesto a alterar las reglas del juego a su antojo para perpetuarse, pues dan a entender que harían lo mismo. Y ya todos sabemos que eso solo favorece a los poderosos y corruptos, quienes pronto se olvidan de servir al pueblo y se dedican a llenarse los bolsillos. De ahí la urgencia del recambio y la rotación.


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