Sunday, January 28, 2018

¿Aceptar o entender?

Muchas veces sentimos que es imposible entender a la otra persona. Es una de las batallas más bravas de la vida y está comprendida en una de las frases más repetidas en cualquier relación: “Es que no puedo entender que…”. Un ejemplo reciente: “No puedo entender que esas muchachas se dejaron tocar de esa manera, si todas sabemos desde muy temprano que esas regiones del cuerpo están prohibidas”.

"Aceptar en lugar de entender",
ilustración del autor.
En realidad lo que queremos es decir que no podemos admitir, que no podemos aceptar lo que nos están diciendo. “No me cabe en la cabeza que hayan permitido que…” o, “No entiendo cómo es posible que sus padres no hubieran denunciado” o frases por el estilo simplemente significan que no reconocemos lo que la otra persona nos quiere decir o hacer creer. Es una manera de clavar los talones en el piso para manifestar que de ese punto no nos vamos a mover.

Cuando es una discusión de principios, pues la respuesta es de principios y se resuelve por su cuenta. Pero cuando se trata de una relación que debe perdurar en el tiempo, como una pareja, por ejemplo, la frase se convierte en una prisión. Cuando le decimos al otro que no le entendemos estamos diciéndole que, a) es un poco estúpido por hablar de esa manera incompresible; que b) su tesis es absurda y no hay manera de comprenderla y, que c) se queda allá solo, en su isla, sin posibilidades de que le alcancemos.

Una pequeña modificación del lenguaje puede lograr maravillas. No se trata de entender al otro –ese es un acto cerebral que corresponde a la lógica, es decir, a los elementos que ya poseemos en la mente y a las que no podemos agregarles nada más. Se trata, en cambio, de aceptar al otro, de reconocer que aunque no le entendemos, que aunque sus motivos nos parezcan extraños o incomprensibles, el amor nos permite abrir una ventana de comprensión y de esa manera eludimos una guerra.

En vez de decir “No puedo entender cómo…” podemos decir “No puedo aceptar que…”. Mejor aún, podemos acercarnos a la otra persona y decir, en cambio que “aunque no puedo entender lo que estás diciéndome, lo acepto porque viene de ti, porque eres tú quien me lo está diciendo con tanta convicción, con tanto dolor, con tanta fuerza, que no puedo ignorarte y debo, simplemente aceptarlo”.

Muchas discusiones se resuelven cuando dejamos de tratar de entender al otro y en cambio optamos por admitir que, a pesar de las diferencias, a pesar de ser otros, podemos aceptarnos. A mí, al menos, me ha resuelto decenas de discusiones que de otro modo se habrían convertido en peleas innecesarias y destructivas.


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Tuesday, January 23, 2018

En Colombia no faltan candidatos

En Colombia no faltan candidatos a la presidencia. Hay varios y están muy bien preparados. El problema, entonces, no está en sus capacidades, que son muchas y visibles, sino en lo que con ellas podrían hacer en función de la gente con la que llegan y los intereses que representan y deberán luchar. El problema es la politiquería, la corrupción y la pobreza de las instituciones. El problema es la continuidad de la violencia.

Ilustración del Autor
Desde esta remota distancia que es la diáspora, tuve ocasión de ver el martes 23 de enero por las redes sociales un foro muy interesante que el Foro Nacional Ambiental y FESCOL organizaron en la Universidad de Los Andes acerca de temas ambientales y de desarrollo sostenible en el que participaron Sergio Fajardo, Humberto de la Calle, Iván Duque y Gustavo Petro. Dejaron de asistir Marta Lucía Ramírez y Germán Vargas Lleras (qué pena). No sé si hubo otros invitados que no aceptaron venir o si acaso no cumplían con algún requisito, porque el abanico estaba incompleto.

Por obvio que parezca, todos los candidatos presentes se vieron muy bien preparados, enterados de los temas, con ideas y propuestas útiles y aparentemente realizables. A juzgar por lo que allí se habló, uno puede llegar a creer que hay un futuro promisorio para el país independientemente de cuál de los candidatos resultara ganador. Pero todos le tememos a la inquina, el odio y la locura que caracteriza a la política colombiana.

Por ejemplo, un tipo como Gustavo Petro, tan perseguido y despreciado por quienes detestaron su gestión como alcalde de Bogotá y por quienes temen que conduzca al país por el camino del castrochavismo por su cercanía al régimen de Nicolás Maduro, resulta ser un hombre inteligente, muy enterado de los asuntos ambientales y de administración pública que tiene en su cabeza metido al país entero. Lo que llama la atención y a muchos sorprende es que todo lo que plantea está fundamentado en su visión de la historia del país basada en la lucha de clases. Cualquiera de los asuntos que trata los pasa por el cedazo de su ideología, de modo que para resolver el problema de la sostenibilidad o la energía hay que pasar por la resolución del problema de la tenencia de la tierra rural y/o urbana. Y, muy probablemente tiene razón en ello.

Ahora, si uno escucha con atención a Iván Duque, su más acérrimo enemigo, teniendo en cuenta que es el candidato del Centro Democrático y precisamente ‘el que dijo Uribe’, se encuentra uno a otro candidato con gran prestancia intelectual, con excelente preparación y que plantea ideas innovadoras, actuales y que no entran necesariamente en contradicción con lo que dicen los demás miembros del panel. ¡Ni siquiera con Petro!

Humberto de la Calle, quizás el más político de todos los presentes, dada su edad y su carrera, es otro personaje que exuda conocimientos y experiencia. Se nota, además, que posee una visión profunda del país que muchos desconocen porque ha tenido ocasión, durante varios años, de negociar con ese pueblo que había estado silenciado, no solo por los fusiles del Estado, sino por los de la guerrilla también. Es un hombre de gran sensibilidad y de una intuición aguda debido a su extenso recorrido y que entiende muy bien a la Colombia de hoy porque la ha viajado de punta a punta, hablando con su gente.

Sergio Fajardo también puede articular propuestas novedosas, expresar conceptos de lo posible, explicar ideas complejas de una manera sencilla, exponer soluciones factibles a asuntos difíciles. Su experiencia de administrador y su conocimiento del país le dan también una visión que no se deshermana de las demás. Lo que propone parece realizable.

En fin, los cuatro asistentes respondieron a las preguntas que les hicieron, se respetaron unos a otros, cumplieron con la cita y con los tiempos y dejaron una sensación de camaradería, extraña entre oponentes políticos. Más que un debate de contrincantes, lo que pudo ver el público fue un diálogo entre personas de veras interesadas en atender los problemas del país, proponerles soluciones y apuntar a un futuro de desarrollo sostenible y respeto a la inmensa biodiversidad. Al comienzo se notaron las tensiones que traían de la calle (Petro no le entregaba en la mano el micrófono a Duque, por ejemplo), pero durante la conversación se hicieron guiños unos a otros en aquellos puntos donde coincidían.

Me habría gustado ver a los candidatos ausentes, en especial a Germán Vargas Lleras, quien también debe tener ‘un país en la cabeza’ después de llevar tantos años como ministro de Santos. Claro que faltaba la voz de la mujer, Martha Lucía Ramírez, y la visión que ella debe también tener de lo que ocurre. Pero no estuvieron.

Quienes evalúan el caso venezolano se preguntan dónde están las personas capaces de conducir y no los pueden nombrar. Quienes lideran al PSUV ya han dado muestras de la clase de personas que son. Quienes han manejado a la oposición no han logrado articular una visión de país capaz de movilizar a su gente hacia la transformación que anhelan. Les faltan líderes, y los que hay, no parecen estar muy capacitados o interesados. Pero en Colombia, como puede comprobarse en este tipo de foros, líderes hay, muchos, y estos son muy capaces.

¿Entonces? ¿Qué podemos esperar en medio de esta polarización? Lo que arruina el asunto es la politiquería, la corrupción, la debilidad de las
instituciones de la democracia.

En este encuentro se pudo vislumbrar un país con crecimiento, respeto a la diversidad biológica y cultural y con un futuro de prosperidad. Pero cuando sale uno del Foro y escucha las campañas, ahí se distinguen con claridad las serias fracturas que quedan por resolver. Ahí se distinguen las enemistades entre Álvaro Uribe contra Gustavo Petro o Humberto de la Calle; ahí se escuchan los eslóganes de rechazo a todo aquel que no pertenezca a una u otra forma de ver la realidad. La izquierda petrista ha aprendido de la experiencia del Centro Democrático y usa instrumentos y discursos que dividen y que mantienen la separación. Lo mismo podría decirse de otras propuestas.

Los candidatos, tan lúcidos y sagaces como allí se vieron, concentran las intenciones y propósitos a veces contradictorios de aquellos a quienes representan o dicen representar. Por eso no sorprende que Humberto de la Calle, candidato del Partido Liberal, se manifieste en desacuerdo en ciertos temas con el planteamiento de su propio partido; o Fajardo, que habla con el mismo acento de quien le persigue; o, Petro, percibido como alguien con quien no es posible negociar pero demuestra tener con qué y razones que lo soportan.

Llegamos a estas elecciones en medio de una profunda división, con los partidos políticos en crisis y una operación gatillo que ha dejado muertes en todos los departamentos. Delante de nosotros están los retos más grandes de la posguerra. No serán los candidatos ni las urnas quienes hagan el milagro. Falta una visión común capaz de cruzar las fronteras de lo que nos separa y que cree vínculos que nos unan. Algo que se sobreponga a las campañas y al odio. ¿Existe?

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