Tuesday, January 22, 2019

23 de enero: Cruce de ejes

23 de enero: Cruce de ejes
Por Juan Pablo Salas para El Opinón

Desde 1959 en América existen dos ejes: uno pasa por Washington y el otro pasa por La Habana. A veces los dos ejes funcionan de manera independiente, sin incomodarse, pero hay otros momentos en que se cruzan, chocan, se enfrentan. Este 23 de enero es uno de esos días. Y, Caracas y Bogotá son el escenario. Así lo ha sido durante décadas, pero pocos días en nuestra historia están tan cargados de posibilidades como este.

El eje La Habana-Caracas ha tenido sus momentos de gloria, victoria y avance. Hugo Chávez consiguió potenciar sus posibilidades gracias al petróleo venezolano y la debilidad de carácter de los políticos latinoamericanos de izquierda que se dejaron comprar para garantizar su propia supervivencia a costa de la suerte de millones de venezolanos, muchos de los cuales han llegado a sus puertas a pedir una oportunidad de trabajo y supervivencia.

El eje de Washington-Bogotá ha sido consistente en sus lealtades históricas. Bogotá ha sido desde el Siglo XIX el camino para poner las cosas en orden para el Hermano Mayor que habita al norte*. En esta jornada tan especial para nuestros hermanos venezolanos, Bogotá es instrumental. Y, la izquierda y la derecha ponen, cada una, sus fichas en el tablero.

Todas las piezas están sobre el tablero y se han hecho visibles. Las jugadas de los estrategas de ambos lados han sido magistrales, y, como en toda partida, hay ganadores y perdedores. Es cierto: el 23 de enero trae vientos de cambio, y estos soplan en Caracas y no en Washington. ¿Cómo dice el chef? Vamos por partes.

El Eje La Habana-Caracas

Cuba, con su economía en ruinas gracias a los 60 años de dictadura comunista, subsistió al comienzo gracias al subsidio que la unión Soviética le dio, pues se había convertido en una práctica ‘cabeza de playa’ en el ajedrez de la Guerra Fría. Al caer la URSS y cesar el ingreso de millones de rublos que falsificaban las cifras del castrismo, tomó un tiempo hasta que La Habana se recobrara y encontrara una nueva vaca para ordeñar.

Esta llegaría años más tarde de la mano de Hugo Chávez, un coronel ideologizado, con carisma y simpaticón, mediático y ambicioso. Desde entonces Cuba se ha sostenido gracias al petróleo venezolano, lo que le ha dado un cierto margen de aparente prosperidad. Con el paso del tiempo, la relación que se establece no es táctica sino estratégica: Caracas sostiene a La Habana y además se convierte en su puerta de entrada al Continente. El castrismo deja (!Por fin!, dicen en La Habana) de ser una isla y se expande a sus anchas en un territorio ansioso de cambio y oportunidades, obsesionado por las desigualdades inhumanas.

En el juego geopolítico, ambos gobiernos se unen y se abrazan. Venezuela tiene la cartera; Cuba tiene el know-how. Chávez le paga a Fidel con petróleo la seguridad, la inteligencia y los conocimientos necesarios para gobernar a sus anchas. Cuba sobrevive, crece, alimenta a su pueblo y sueña con transformar el continente a su antojo. Pronto se replican los émulos de Chávez en una tierra tan propensa a los caudillos. Correa, Evo, Ortega, incluso los Kirchner. Lula se asocia, se integra, se la cree. El eje de La Habana prospera y crece.

Todo sigue su curso hasta que suceden dos acontecimientos trascendentales, uno económico y otro biológico: el petróleo cae de precio y Hugo Chávez se enferma de cáncer. La catástrofe no demora en ocurrir, pero sus consecuencias aún nos agobian: hoy cientos de miles de venezolanos recorren hoy las carreteras, calles  y aeropuertos del continente en busca de una oportunidad que les ha sido negada, como durante décadas lo fue para nuestros hermanos cubanos. Y, hoy, 23 de enero, millones más se manifiestan en una jornada que le dará la vuelta a los acontecimientos por venir.

La Habana y Caracas culparán a Washington, como es costumbre, pero esta vez el discurso del “bloqueo” no les servirá. Hasta hoy nadie, pero nadie les ha comido el cuento ese de la ‘guerra económica’. Las falencias del modelo económico se han hecho visibles, aunque algunos nostálgicos de la izquierda latinoamericana se nieguen a admitirlo. La debacle es totalmente culpa de dos factores: primero, la absurda idea de que un grupo de ‘sabios honestos’ será capaz de dirigir de manera centralizada el acontecer de producción y consumo de millones de personas, y, segundo, que los ‘sabios’ serán honestos. El modelo falla cuando ignora -por su naturaleza imaginaria- que la corrupción es un daño inherente al ser humano y que es el mal más difícil de desentrañar y tratar. No hay medicina ni oración que sacie el corazón de quien ansía más poder.

En otras palabras: hasta aquí llegamos gracias a la ineptitud o la ingenuidad o la avaricia de los funcionarios que ocupan los puestos de poder en La Habana y en Caracas. Es que todos nos hemos dado cuenta de que la centralización de la economía, y el intento de una burocracia para controlarla, va en contra de la naturaleza humana. Puede que las revoluciones comunistas triunfen en las trincheras, pero jamás tendrán éxito en las fábricas, los campos o las ciudades. No porque el colectivismo sea una quimera, sino porque los líderes del colectivo son susceptibles a la corrupción.

El Eje Washington-Bogotá

Aunque comencé con una crítica al Eje de la izquierda, no crean que es porque comulgo o santifico al Eje de la derecha. Los crímenes de este otro lado son numerosos y no han cesado ni acabarán este 23 de enero. Pero este es su día y no podemos negárselo.

Ustedes se preguntarán, pero, ¿qué tiene que ver Bogotá con todo esto? La sublevación ocurrirá en Caracas y las ciudades y pueblos de Venezuela. Lo que sucede en Colombia tiene poco o nada que ver con ello. Paso a explicar.

Uno de los elementos que me ha dado más motivos para pensar en que este es un plan cuidadosamente ejecutado ocurrió a finales de la semana pasada en el sur de Bogotá, en la Escuela de Oficiales de la Policía General Santander. 22 jóvenes que se preparaban para ser oficiales de la Policía Nacional fueron asesinados de manera cobarde y ruin por un terrorista que, como nunca se había visto en la larga tradición guerrera de los colombianos, se inmoló al detonar su carga. En cuestión de horas se confirmó lo que todos sospechábamos era un ataque del Ejército de Liberación Nacional, ELN, guerrilla que se negó a llegar a un acuerdo con el gobierno colombiano de Juan Manuel Santos y se embarcó en el absurdo de pretender conseguirlo con el gobierno uribista de Iván Duque.

Ahí se equivocaron de cabo a rabo los estrategas cubanos, aliados del ELN. Creyeron que un efectivo acuerdo de paz con las FARC necesitaba de un muro de contención en caso de que este fallara. No se dieron cuenta de que los elenos serían manipulados de manera magistral por Washington y sus aliados locales.

Las señales están todas a la vista. En La Habana alguien debe estar arrancándose la melena al comprender que sus agentes en Colombia fueron comprados y dirigidos en secreto por sus archienemigos. El ELN les sirvió en bandeja de plata el instrumento con el que conseguirían neutralizar a La Habana, que se ve hoy obligada a ver, inerme, cómo cae Caracas, imposibilitada de actuar mientras intenta resolver el dilema que representa para sus diplomáticos la presencia del conjunto de dirigentes del ELN hoy reconocidos internacionalmente como terroristas.

Con una movida de manual, el presidente Iván Duque, su Canciller y su Comisionado de Paz, reclaman, o, mejor, ‘exigen’ a La Habana que extradite a sus aliados del Comando Central del ELN que se encontraban allí. Obviamente que el castrismo no va a entregarle al gobierno uribista a sus propios aliados y agentes, pero esa papa caliente les impide actuar con libertad en Caracas mientras se desata la sublevación que conducirá (no me cabe duda) a la caída de Nicolás Maduro y su régimen corrupto y represor.

La fuerza la ejerce Washington, como podemos ver por las declaraciones del vicepresidente Mike Pence y los tuits de Marco Rubio, pero el apoyo de la palanca está en Bogotá, donde el uribismo ha encontrado en el atentado del ELN la herramienta apropiada para lanzarse a una guerra de exterminio muy bien justificada por las mismas acciones de esa guerrilla.

De este modo, el Eje Washington-Bogotá realiza la tarea tan urgente -según sus planes- de neutralizar a la Quinta Columna que recorre los caminos y las veredas de Colombia, es decir, la guerrilla. Con ese atentado, que provocó una marcha que hizo evidentes las grietas que existen entre los colombianos pero que ya se conocían desde los tiempos de los Acuerdos con las FARC y que no se han resuelto, lograron catalizar el apoyo necesario para emprender una neutralización de las fuerzas que habrían de apoyar la defensa del régimen de Nicolás Maduro en Colombia.

La Habana queda con el COCE en sus casas de seguridad, sin poder coordinar acertadamente una respuesta a lo que ocurra en Caracas y enfrentando una ofensiva diplomática, política y probablemente militar en su patio trasero.

Algunas de las consecuencias

Cuba está a punto de perder su granero. Esto tendrá dos tipos de consecuencias. Unas, de carácter reactivo, que llevarán a La Habana a arreciar su ofensiva en el continente, exponiendo a más de sus agentes, buscando defender los bastiones que aún le quedan -seguramente concentrando fuerzas en Managua, para evitar la ya inevitable caía de la dictadura Orteguista-Murillista- y obligando a que se descubran y dejen ver otros de sus operadores. Las otras consecuencias serán económicas: la ya miserable pobreza de los cubanos está por empeorar. ¿Cuánta más miseria están dispuestos a soportar los cubanos? La presión crecerá al interior de la isla y las tensiones se exacerbarán. ¿Habrá un estallido? No sabemos, pero por lo menos el castrismo deberá pasar a una estrategia de defensa interna.

Venezuela va camino a un cambio inevitable. El desprestigio del madurismo es tal que nadie, pero nadie en todo el mundo, le extrañará. Probablemente Maduro acabe exiliado en Turquía o Siria bajo la protección de los rusos que aprovecharán el desorden para sacar todo el oro, petróleo y diamantes que puedan arrebatarles a los chinos. A Diosdado y Tarek no les puedo prometer un destino tan digno. Ellos quizás resuelvan sus días con un paso -al menos temporal- por El Helicoide. En todo caso, en mi opinión, el régimen de Caracas tiene los días contados. Quizás las horas.

Bogotá -y, en particular, Iván Duque- saldrán fortalecidos. La corriente que lo impulsó desde un principio se había opuesto con alma, vida y sombrero a los Acuerdos firmados con las Farc y no querían ceder ni un milímetro frente al ELN. Después del atentado (probablemente comprado), no tendrán que cederle nada: tienen autorización para ir a una guerra total sin consideraciones de ninguna índole. Hay que ver si la oposición les deja el camino sin resistencia -lo dudo mucho: la marcha del domingo fue clara en ese sentido. En todo caso, el ala dura del uribismo está empoderada y ya ha comenzado a hablar de revivir las CONVIVIR, restablecer las ‘redes cívicas’ de soplones al servicio del Estado y de continuar con las reformas económicas antipopulares. Tendrán, eso sí, que dar algo a cambio. Quizás sea la cabeza del Fiscal Néstor Humberto Martínez, a no ser que él tenga una grabación en su poder que lo proteja. En ese caso, no sé quién sería.

Y, Washington, claro, recibirá una victoria que le pondrá sobre la mesa los votos de muchos latinoamericanos a Donald Trump. El eje político Bogotá-Miami-Washington podrá adjudicarse esta victoria y consolidará la influencia del Partido Republicano sobre la derecha latinoamericana. El golpe afectará a los demócratas que aún no despiertan del letargo que les provocó la errónea idea de que todos los hispanos tienen un hermano mexicano indocumentado. La jugada maestra de los estrategas republicanos está en haberse asociado con los caballos apropiados en Latinoamérica y de esperar, pacientemente, a que los dados cayeran a su favor.

A la izquierda latinoamericana le esperan años de oscuridad y ostracismo. Si no limpian sus filas y se deshacen de sus propios corruptos -que no son pocos-, se convertirán en un fantasma inútil sin vocación de poder. Ya perdieron a Correa en Ecuador y tienen a un presidente mulo como Lenin Moreno que, no solo neutralizó su poder, sino que ahora lo persigue. Evo busca perpetuarse, pero sin la billetera venezolana es poco probable que sobreviva. Y, en cuanto a Daniel Ortega: bueno, él simplemente va en caída libre, aunque cae en cámara lenta. Después de Caracas, viene Managua. No lo duden.

De modo que si no se reencauchan y no se purifican personajes como AMLO, Gustavo Petro o incluso Cristina Kirchner, las probabilidades de vencer a cualquier versión en español de Bolsonaro serán cercanas a cero. En ese caso, creo que el Centro y las socialdemocracias serán las que le den oxígeno a cualquier cosa que no sea de extrema derecha durante unos años.

Aún así, estoy convencido de que esto no es eterno. Iván Duque carece del carisma y el brillo necesarios. Este impulso le cae bien pero muy temprano en su gobierno. Por delante le quedan más de tres años de un gobierno con problemas económicos muy graves que le harán extremadamente impopular, por lo que sigo creyendo que no podrá vivir del fantasma del chavismo por mucho tiempo. El próximo presidente de Colombia no será uribista, sigue siendo mi predicción.

Finalmente, creo que el fortalecimiento que recibirá Donald Trump gracias a Venezuela será efímero, No porque lo que ocurrirá este 23 de enero no va a ser muy importante (que lo será), sino porque a los gringos lo que ocurre detrás de la pared fronteriza les importa un pito. La caída de Maduro será noticia por unas semanas, pero noviembre del 2020 está a un siglo de distancia. Lo que lo va a destruir a Trump ya recorre hoy los pasillos del Congreso.

Nota final

He gozado y sufrido mucho escribiendo esto. Ante todo, mi solidaridad perpetua con mis hermanos venezolanos, nicaragüenses  y cubanos que hoy sufren mucho, y con las víctimas del terrorismo en Colombia.

Recuerden todos que estas son ‘predicciones’ que son fruto de un análisis juicioso pero intuitivo de los acontecimientos presentes. Por supuesto que hay lugar a errores de interpretación de las señales y, sobretodo, a las correcciones que irán produciéndose a medida que ocurran los hechos. Pero créanme que son especulaciones sinceras, producto de mis propias cavilaciones y conversaciones con mis interlocutores. Y, más que nada, sepan que mi lealtad está con los débiles, con quienes sufren y quienes ansían y desean libertad y el derecho a vivir con dignidad, el derecho a vivir satisfechos y realizados.