Las muchas caras del fascismo
Por Juan Pablo
Salas, El Opinón
Es cierto que vivimos días tóxicos en la política y días peligrosos en el mundo. Las noticias y los comentarios de algunos políticos nos han convencido de que estamos alcanzando un momento determinante en el curso de la historia y que los factores que sostuvieron el orden mundial de la posguerra están a punto de quebrarse. Qué sociedad surgirá de ese proceso es algo que deberíamos estar indagándoles a quienes pretenden ser líderes o gobernar.
Este ambiente ha sido propicio para que ideas políticas, que
hasta hace poco estaban relegadas a los márgenes de la sociedad hayan
encontrado una audiencia y un público que, no solamente las acepta, sino que
también ayuda a promoverlas. Mucha gente, sin darse cuenta, se ha convertido en
emisaria y promotora del fascismo.
Este es un movimiento global que ha sido cuidadosamente
elaborado y hoy comienza a dar frutos para quienes lo diseñaron y promovieron.
Entre sus tácticas está el desprestigio las instituciones
que les dan sustento a las democracias en el mundo con el fin de generar una sensación
de caos social y económico y así exacerbar ese sentimiento para promover un falso
sentido de urgencia que lleve a muchas personas a creer que es necesaria una
‘mano fuerte’ para aplacar el caos y permitir un “retorno a la normalidad”.
En otras palabras, quieren convencer a la gente de que la
democracia es muy caótica y que se necesita a alguien que tenga fuerza, comando,
que no escuche y en cambio quiera imponer el orden, a las buenas o a las malas.
Quienes caen en esta fantasía están convencidos de que un líder fuerte les va a
dar o devolver privilegios.
Se trata de una campaña global de propaganda que se
manifiesta de diversas maneras, algunas de ellas contradictorias y
aparentemente inconexas. Por un lado, encontramos a los radicales politizados,
generalmente afiliados o asociados a movimientos de ultraderecha como MAGA, o aglutinados
en torno a candidatos que prosperan entre el caos, como Milei en Argentina o
Bolsonaro en Brasil. Estas suelen ser personas que siempre han deseado que el
gobierno esté en manos de los más fuertes de los rudos, de los ‘bullies’, y hoy
sienten suficiente autoridad moral para expresarlo y promoverlo abiertamente.
Por otro lado, existe una serie de movimientos dedicados a
otros asuntos, movimientos anti vacunas, anti ciencia, anti conocimiento que
proliferaron durante la pandemia y aprovechando las redes sociales para crecer,
hoy trabajan para desprestigiar instituciones como la salud, la medicina, la
ciencia, la razón. A cambio, estos movimientos proponen respuestas alternas sin
asidero en la realidad, fáciles de consumir y que demuestran un desviado
sentido de la rebelión. Todo esto es impuesto sobre gente descontenta a punta
de teatro político y repetición de la propaganda. Así atraen a las personar que
escapan del progreso, gente que quieren el cambio, pero hacia el pasado. En lugar
de progreso, quieren atraso.
Otro sector que ha contribuido a ese desprestigio de las
instituciones son algunos de los partidos políticos establecidos que irónicamente
eran sus defensores y hoy están directamente comprometidos con la destrucción
de la democracia, como el partido republicano en Estados Unidos que defiende a
un candidato que promete convertirse en dictador desde el primer día y con sus
guerras culturales destruye derechos y libertades y desdibuja instituciones
políticas como las elecciones.
En esa sopa de conspiradores debemos incluir a quienes
lideran las campañas como los negacionistas de la fuerza de gravedad, los fanáticos
de los imaginarios ‘chemtrails’, los proponentes de la tierra plana, los convencidos
de la existencia de especies alienígenas que conviven con los humanos, que
insisten que tras ‘los muros de la Antártida’ se esconden civilizaciones ultra
avanzadas y toda clase de fantasías. Casi siempre son los mismos y parecen
coexistir en su propio mundo imaginario lleno de peligros y engaños. Conscientes de la vulnerabilidad de muchos de los seguidores de estas tesis marginales, los extremistas esperan pacientes para reclutar entre ellos a sus soldados.
Todos esos sectores tan disímiles buscan el mismo resultado:
generar dudas en las convicciones y valores que sostienen lo que queda de la
civilización moderna. Al cuestionar verdades establecidas y aceptadas –tan
elementales como que la tierra gira en torno al sol—, lo que hacen es instalar
en las mentes de las víctimas de su propaganda las semillas de duda sobre conceptos
mucho más peligrosos, como que el mundo está sumergido en el caos, que existe una
élite que nos comanda a todos, y que la solución a todo eso es un hombre fuerte
que imponga el orden.
Todos esos elementos hacen parte de la misma campaña y se
repiten, de una u otra manera, en casi todos los países. Podríamos afirmar que
se trata de una operación psicológica (psyop) de profunda envergadura, o de varias
operaciones simultáneas que coinciden y que manejan proyectos a varios años. La
que aquí denunciamos busca conseguir que los habitantes de las democracias
liberales se sientan impulsados a desear un gobierno estricto que, por ejemplo,
frene las migraciones de pobres y refugiados, que evite el desorden moral
sexual de las mujeres que piden aborto, los gays que lo hacen por donde es
pecado, y los trans que quieren exterminarnos, entre otras ideas de odio y
rechazo.
Los creadores de estas campañas han aprovechado las
lecciones aprendidas en regímenes anteriores –copiando casi al pie de la letra
las campañas de desinformación y reescritura de la historia de los soviéticos
durante la Guerra Fría--, y amplificándolas a través de las redes sociales donde
el individuo se convierte en propagador del mensaje y así alcanzan con
precisión quirúrgica las mentes de las personas susceptibles para convertirlas
en sus soldados.
Hoy en Estados Unidos la defensa de la democracia es de
carácter estratégico para todos, no solo para los estadounidenses. Si la actual
iteración autoritaria del partido republicano de Donald Trump llega al poder, no
quepa duda de que entre las consecuencias estará la pérdida de derechos y
libertades para las mujeres, los inmigrantes, la comunidad LGBTQ y todas aquellas
personas que no se conformen con el mandato del régimen. Veremos un ascenso en
el número de regímenes antidemocráticos comandados por hombres apoyados en élites
radicalizadas cercanas al fascismo, amigas de la supremacía blanca, el racismo
y fanáticos religiosos. Quieren convertir las democracias liberales en
regímenes cristofascistas.
La historia nos ha enseñado que la clase media –antes llamada
‘pequeñoburguesía’—, cuando ve sus pequeños privilegios en peligro, acaba comprando
el veneno que le ofrecen como remedio: la dictadura. Estas que describimos aquí
son algunas de las campañas para convencerla de ello.
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