Los
seguidores colombianos y latinos del nuevo presidente estadounidense se sienten
orgullosos después de ver que bajo las sombras de la noche se deportó en aviones
militares a centenares de personas, supuestamente criminales, y pretendieron
forzar a los países a recibirlos a las buenas o a las malas. Hasta que Colombia
rechistó y fue sancionada de inmediato, como si hubiese cometido un crimen. Su
crimen fue haber exigido respeto para las personas que estaban siendo
deportadas y para las naciones que las deben recibir.
Ilustración del autor
La estúpida
lógica de la fuerza en la que creen los seguidores del movimiento MAGA es siempre
la misma. Desde el líder de ese movimiento hasta el último de sus militantes
están convencidos de que, porque tienen el poder en sus manos, deben usarlo a
la fuerza e imponer su parecer sobre todos los demás, sin consideración alguna
y mucho menos conmiseración. Porque asuntos como la dignidad, los derechos humanos,
la compasión, la solidaridad, ahora son considerados pecados socialistas según la
nueva Biblia que les vendieron a $65, con tapas de cuerina y una herejía incluida.
Enesa Biblia el amor es woke y gay. El odio, en cambio, es bien macho. Así lo
creen y lo manifiestan sus seguidores.
Por eso no
me sorprende –aunque sí me enoja—ver la reacción de tantos colombianos y
latinoamericanos frente a la afrenta de Estados Unidos. Aplauden al gobierno
que quiere imponer su voluntad a la fuerza sobre todos los demás y esperan que
la gente no reaccione, que todos miremos para otro lado y permitamos que
sucedan estos horrores sin rechistar. Quieren convencernos de que todos los criminales
son inmigrantes y que todos los inmigrantes somos sospechosos.
Quienes así
piensan, también saben llenarse la boca de argumentos contra las personas que
están siendo agredidas por esta Administración. Saben hablar muy mal de las
personas trans, de las personas LGTBI, de las mujeres que necesitan abortar, de
los inmigrantes, de los palestinos, de todos aquellos a quienes apunta el odio
proveniente de las máquinas de disparar propaganda.
Hemos aprendido
a leer, pero muchos han olvidado cómo entender lo que leen. Estamos tan
concentrados en nuestras pantallas y en todo lo que nos muestran, que nos falta
tiempo para detenernos a pensar si eso que vimos, si eso que nos dijeron, si
eso que leímos es cierto y qué consecuencias puede tener. En medio de este
berenjenal informativo, personajes como Elon Musk han invertido miles de
millones de dólares en construir esas máquinas que han aprendido lo suficiente
de cada uno de nosotros como para saber qué clase de semilla de odio prosperará
en cada corazón. La operación psicológica ejecutada durante los últimos diez años
ha sido muy efectiva en transformar el parecer de muchas personas y las convirtió
en individuos dispuestos a aprobar su autodestrucción.
¿Cambio
climático? Woke. ¿Derechos civiles? Woke. ¿Constitución? Woke. ¿Chequeos y
balances? ¡Woke! ¡Todo lo bueno es woke! Ser liberal es –para ellos—despreciable.
Amar al prójimo, buscar hacerle el bien, atender al necesitado: woke. ¿Ayudar a
una mujer que necesita abortar? En Texas no solo es woke, sino que además es un
delito.
Todos esos hispanos
que hoy aplauden la expulsión de sus hermanos hispanos se creen seguros, están
convencidos de que “ya fueron admitidos en la sociedad americana”. No se han
dado cuenta de una realidad mucho más grande y que pronto les quitará el piso.
Quienes promueven estas deportaciones masivas son racistas supremacistas que
buscan reducir la población no blanca de los Estados Unidos para mantener su mayoría blanca. Así nos lo han
dejado saber, pero muchas personas no han recibido ese mensaje.
Yo entiendo
que los republicanos ganaron las elecciones. Sin embargo, aunque ganaron, con ello
no adquirieron sabiduría. La fuerza bruta sigue siendo bruta. Humillar a las
personas es meramente una demostración de fuerza, y deshonra más a quien comete
la humillación.
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