Hoy se ganan y se pierden elecciones con memes,
noticias falsas, eslóganes manipulados y tendenciosos. Hoy se destruyen
reputaciones con rumores malintencionados pero bien colocados, con mensajes que
fracturan la credibilidad de las personas, las organizaciones y las
instituciones. Los ciudadanos tenemos hoy todas las herramientas necesarias
para informarnos, pero eso no ha garantizado que tomemos buenas decisiones,
como demuestran las varias elecciones de este año.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiIuH8gS3jvq1GoLsYTyKPlLv3THaYwrSFBHf44uWZqT0LFzeCFKO7h0GkaortxcuYGbaJZilVImcIbKXehIN4BocNFparK7_HnS3bsFKWBd_YzKT7hOWW0VPRgvXitBRxpyoUnkZk14qE/s320/Colibri.jpg) |
"La verdad es un sueño", foto de José Salas con intervención del autor |
Este no es un invento de hoy sino un largo
proceso en el que todos hemos participado, simplemente que ahora se hace más visible.
El pensamiento posmoderno, tan amigo del relativismo a ultranza y tan desconfiado
de los valores absolutos, nos ayudó a desmontar las creencias que habían
dominado la primera mitad del Siglo XX y alcanzaron a llegar con cierta
intensidad hasta rozar los años 80, pero ya heridas de muerte. Entrados en los
90, la muerte de las ideologías era pan comido.
La idea era alcanzar una forma de pensamiento sin
tacha, sin influencia, sin cortapisa, independiente. A nuestro paso derribamos
una por una todas las instituciones y desarmamos todos los armarios del
idealismo. Alcanzamos una meta difusa en la que no existían estructuras de
pensamiento claras sino un gris panorama de confusión de valores: lo mismo vale
un discurso feminista que uno neofascista; a una iglesia milenaria le
adjudicamos el mismo peso específico que a una recién fundada.
Entretanto, mientras desarmábamos el
pensamiento, la tecnología siguió su curso y puso al alcance de nuestros dedos
las máquinas más poderosas de comunicación posibles: los celulares, esos pequeños
estudios de televisión, audio y prensa; también nos otorgó extraordinarios
canales de distribución a través de las redes sociales e Internet. Así hemos
adquirido el poder de construir o destruir un mundo o dos con un gesto de las
manos.
Lo que no nos puede dar la tecnología es conciencia
ni sentido común. Por eso, entre otras razones, llegamos a esta era de
pos-verdades, medias verdades y mentiras totales capaces de quitar y poner
presidentes, encender y apagar hogueras y ahogarnos a todos en un río de
información imposible de curar.
Es en este mundo donde los medios de
comunicación tienen un deber inmenso: el de recobrar el valor de la verdad –o algo
lo más parecido posible a ella. La tarea no va a ser nada fácil, pues hoy padecen
de un desprestigio a medias merecido. Además, ya no son dueños de todos los
canales de comunicación. Hoy su misma audiencia es la competencia.
El verdadero valor que los medios pueden
agregar es del escrutinio de la información, su validación. Es el papel del
curador en una galería. En un ambiente en el que cualquier persona u
organización es emisor del mensaje y el receptor tiene el poder de elegir lo
que lee, escucha, ve y, en últimas, lo que cree, ahí es donde el medio debería prestar
su mejor servicio cotejando los datos y las fuentes para determinar la validez
de la información.
Aquí solo planteo que es un momento de gran
oportunidad. Sería fantástico* que más medios lograran su independencia y que
se revalorizara el trabajo del periodista, del editor, del obrero de la palabra
y la imagen. Y, sería fabuloso* que la audiencia se dejara seducir por el deseo
de saber algo más próximo a la verdad en lugar de escuchar únicamente al que le
sabe susurrar lo que quiere oír.
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