La encrucijada electoral de los colombianos no
está fácil de resolver. El país enfrenta por primera vez en su historia
reciente unas elecciones que no están siendo definidas por las FARC, como
fueron todas las elecciones desde Andrés Pastrana hasta el segundo mandato de
Juan Manuel Santos. Sin embargo, aún resuenan los ecos de los disparos que
durante tantas décadas han atormentado a nuestro pueblo y el gran reto que
tenemos por delante es decidir si regresamos a las trochas de la guerra o si avanzamos
por las autopistas del progreso. La mayoría de los colombianos queremos la
segunda opción, pero no todos los caminos conducen a ella.
Las elecciones legislativas del 11 de marzo nos
dejaron, como se esperaba, un mapa de posibilidades y un rompecabezas de alianzas
por forjar. El mapa nos muestra los varios caminos que se pueden recorrer para llegar
a la Casa de Nariño, pero ninguno de ellos está definido y en todos los casos
hay que ser generosos para ganar. He ahí el rompecabezas, un reto político nada
fácil de resolver.
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Ilustración del autor |
A través de varias entregas de El Opinón por Facebook
Live, que han sido ejercicios de reflexión en común con quienes después
comparten sus comentarios y preguntas, hemos indagado los diversos caminos electorales
y hacia dónde nos conducen. Hoy creemos que el país enfrenta una encrucijada: ¿Cómo
escapar del autoritarismo? Aquí arriesgamos respuesta que da título a este
artículo: Escapar hacia el centro.
En El Opinón creemos que los extremos del
abanico de candidatos son quienes representan una u otra forma de
autoritarismo. Quizás este no se exprese explícitamente en los discursos
cuidadosamente elaborados ni en las declaraciones, pero se deja entrever a través
de las rendijas de la historia y de quienes respaldan a las dos opciones más
viables, de acuerdo con las encuestas.
Por la derecha
Reconocemos que no se puede afirmar que Iván
Duque sea un hombre autoritario. De hecho, su personalidad y su corta experiencia
lo muestran como un hombre capaz, preparado y razonable. El lastre que lo
arrastra al infierno autoritario es su jefe, el senador Álvaro Uribe y quienes
lo han sostenido durante varias décadas. Para Iván Duque el líder supremo del
Centro Democrático es una maldición disfrazada de bendiciones.
La figura de Álvaro Uribe es capaz de convocar
por su cuenta a un número muy importante de votantes, muchos de ellos
convencidos de que su mano dura fue la que les abrió el paso a sus fincas y
derrotó a las Farc. Algunos de ellos miran para otro lado cuando se les
mencionan los crímenes de lesa humanidad cometidos durante esos dos mandatos y
hay quienes se atreven a reivindicarlos porque, según ellos, “no se puede hacer
tortilla sin romper algunos huevos”.
Esa sombra del autoritarismo de Uribe es la que
apaga las luces democráticas de Iván Duque. A esto se suma el hecho de que a
estas alturas no puede brillar con luz propia, lo que indica que tampoco sería
luminoso a la hora de gobernar. Un error garrafal fue su promesa de que
promovería que Álvaro Uribe fuera nombrado presidente del Congreso.
No podemos advertir con suficiente énfasis el
peligro que acecha a Colombia en manos de un gobierno uribista con un congreso
uribista que en cuestión de meses transformaría las cortes al uribismo,
garantizando así un tránsito al dominio de una derecha nociva que buscaría
perpetuarse (ya lo intentó varias veces) y que arrastraría a muchos colombianos
a una nueva insurrección.
Ahí tenemos, ni más ni menos, al tan mentado
fantasma del populismo castrochavista pero en manos del castrouribismo.
En el silencio de este escritorio podemos
escuchar el ruido de dientes apretados y las protestas de votantes uribistas
honrados que sienten desprecio por la denuncia que acabamos de hacer. A aquellos
que han llegado hasta este párrafo les sugiero, con todo respeto, que antes de
intentar justificar a Uribe o de construir argumentos para deshacerse de mi
opinión, dediquen unos segundos a responder esta pregunta: ¿Por qué hay más
colombianos que detestan a Álvaro Uribe que aquellos que lo aman?
Así como Álvaro Uribe es una figura capaz de
galvanizar a millones de colombianos para que lo apoyen, su misma silueta es
capaz de provocar que muchos más voten en su contra. Esto quedó demostrado en la
reelección de Juan Manuel Santos cuando una inmensa coalición logró derrotar al
candidato Zuluaga.
Por la izquierda
Al otro lado del espectro ronda el fantasma del
autoritarismo populista encarnado por Gustavo Petro. Sus 2,8 millones de
votantes obtenidos en la consulta interpartidista son una cifra impresionante que
lo han potenciado y lo han convertido en una fuerza formidable. Sin embargo, su
personalidad y su estilo de hacer campaña lo han convertido en un candidato que
resulta tóxico para quienes quisieran aliarse con él para vencer al uribismo.
Considerando el tamaño probado de su fuerza electoral
y el afecto manifestado por sus seguidores que llenan plaza después de plaza,
es obvio que Petro crea que él debería ser la cabeza de cualquier coalición, ya
que ninguno de los otros candidatos, excepto Duque, puede dar prueba de una
cantidad similar de votos. Sin embargo, la percepción de arrogancia que aqueja al
candidato y a sus más cercanos colaboradores hace muy difícil que desde el
centro alguien se le acerque con intenciones de unidad. Debido a su toxicidad,
las reiteradas convocatorias de Petro a conformar una alianza de
centroizquierda han caído en saco roto.
En El Opinón comprendemos que la historia
guerrillera de Petro ha sido ampliamente superada por su historia como
desmovilizado. Es mucho más grande lo que ha conseguido desde la entrega de
armas que todo lo que pudo haber hecho durante sus años de insurrección. Su trabajo
como constituyente en el 91, como congresista valiente y arrollador, como
alcalde de los bogotanos olvidados y como líder popular, así como sus extensos
estudios y su gran intelecto, son resultados que juegan a su favor. Además, pese
a su lenguaje de profesor universitario, tiene carisma para frente a las multitudes.
Pero su fuerza es insuficiente para derrotar al
uribismo. Según las cuentas de hoy, le faltan al menos 16 puntos para alcanzar
a Duque. Y sus posibilidades de lograr una coalición se desvanecen como si
fueran de hielo en el verano.
El escape
La lección que nos queda es que, aunque
concentran la mayor cantidad de votos, Álvaro Uribe (en cuerpo de Iván Duque) y
Gustavo Petro ejercen un efecto similar de rechazo superior a sus propias
fuerzas en el resto de los colombianos. Esto indica que cualquiera de los dos
puede ser derrotado en segunda vuelta, siempre y cuando se consoliden las
alianzas necesarias para lograrlo.
Este es el punto clave de esta reflexión: ¿cómo
se puede construir una cuña con suficiente fuerza como para insertarse como opción
viable entre los dos extremos? Una alternativa de centro con suficientes
elementos sería capaz de superar a uno de los actuales líderes electorales y pasar
a segunda vuelta. Una vez al otro lado, podrían consolidarse como una
alternativa que logre seguir la ruta a la Casa de Nariño.
Veamos lo que queda disponible y con viabilidad:
Vargas Lleras, De la Calle, Fajardo.
En principio, no veo una alternativa para que esos
tres personajes consigan amalgamar un proyecto común que los convierta en la
fuerza formidable que se necesita. Existen demasiadas contradicciones. Vargas
Lleras tiene un inmenso aparato pero su forma de pensar ha sido más cercana al
uribismo que a los otros dos. Aunque por oportunismo estaría dispuesto a
sumarse, desde aquí vemos muy pocas probabilidades de que algo así suceda pues
no estaría dispuesto a ser segundo o tercero de nadie.
En cambio hay un clamor nacional muy extendido
que pide a De la Calle y Fajardo que busquen una fórmula para unirse y
enfrentar a los otros dos. Por razones jurídicas, económicas y de edad, no es
posible que Humberto De la Calle esté considerando unirse a Fajardo como su
vicepresidente, pues tendría que sumar miles de millones de pesos para pagar
por su consulta partidista. Además, él es el más experimentado de los dos y
sería, a nuestro parecer, el más apto para negociar los próximos cuatro años de
gobierno por las cenagosas aguas que nos dejan el Acuerdo de La Habana y el
Congreso del 11 de marzo.
Y, ¿por qué Sergio Fajardo querría sumarse a
Humberto De la Calle como su compañero de fórmula? Por dos razones básicas: 1) Esa
alianza tendría posibilidades reales de ganar un puesto en la segunda vuelta y
lograría concentrar suficientes fuerzas para vencer otra vez; y, 2) Porque
cuatro años como vicepresidente de un hombre sensato como De la Calle lo
dejarían muy bien preparado para lograr la presidencia en el 2022. Si se porta
bien y cumple su labor con honorabilidad, estamos seguros de que lograría la presidencia.
Él es joven y aprendería mucho en ese camino.
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