Boxeadores, ilustración del autor |
Hasta hoy el panorama electoral colombiano en
el 2018 ha estado dominado de manera solapada por el Acuerdo de La Habana, solo
que el proxy o avatar de esa discusión ya no es la Farc sino en el fantasma de
Venezuela. Como dice el dicho, “no es lo mismo pero es igual”.
Este fenómeno queda aún más visible en los
resultados de la reciente encuesta de Cifras y Conceptos para Caracol Radio en la que se
percibe el crecimiento del candidato del uribismo, Iván Duque, y la
consolidación de Gustavo Petro a la cabeza de las preferencias de primera
vuelta. También se escucha en los choques entre estudiantes y carabineros en
Popayán y las “pedradas” contra el carro de Petro en Cúcuta.
Hasta hace un par de meses el tema que
comandaba el debate político era el de la lucha
anticorrupción. Sin embargo, la profunda polarización que ha venido exacerbando
a los electores, especialmente a través de las redes sociales, los discursos
electorales y los medios de comunicación, ha vuelto a poner el tema de
Venezuela en el tope de la discusión. Es como si Nicolás Maduro y Raúl Castro
fueran los candidatos de la hipotética izquierda radical en Colombia o como si Carlos Castaño se hubiese levantado de su tumba y se hubiese convertido en el
candidato del CD.
Al
analizar estos procesos electorales no debemos olvidar que el propósito de
cualquier campaña es uno solo: ganar. Para ello, hoy existe un verdadero ejército
de consultores que conocen muy bien cómo realizar verdaderos experimentos de
ingeniería social a través de los mensajes que sus candidatos y sus seguidores
emiten.
De
ese modo, lo que ha hecho crecer a Iván Duque en las encuestas es el fantasma
del castrochavismo. Es la
misma fórmula que utilizaron para conseguir que más gente saliera a votar por
el No que por el Sí en el Plebiscito. Si bien al comienzo de las presidenciales
parecieron enfocarse en atacar a la Farc, el hecho de que Timochenko no pudiera
salir a la plaza pública porque le montarían en cada lugar un acto de repudio
–muy al estilo de los comunistas cubanos, por cierto—hizo que este
desapareciera del panorama hasta reaparecer en un hospital a punto de ser
operado. De modo que las baterías se enfocaron en Petro, que para el uribismo
es el heredero natural de la Farc, aunque no lo es. Pero como la política es un
asunto de percepciones…
Es
una mentira insistir en que Gustavo Petro es un peligroso izquierdista que va a
conducir a Colombia al sendero del Socialismo del Siglo XXI y arrastrarnos a la
miseria. Sin embargo, ese mensaje ha demostrado ser muy efectivo en la campaña,
como lo demuestran los incidentes en Cúcuta. Solo hay memes de la derecha que incluyen
referencias al peligro de transformarnos en Venezuela o a la horda de vagos y
mantenidos que quieren vivir a costa del Estado.
Por
su parte, la izquierda no es inocente en este juego. Desde sus orígenes
ideológicos por allá en el S. XIX ha usado un discurso que polariza y divide.
En Colombia esto ha significado la demonización de la derecha, una permanente
referencia a los crímenes del paramilitarismo y la corrupción –como si esta
fuera patrimonio de un sector y no de todos—y, claro, la lucha de clases. En esta
ocasión los activistas del petrismo no han cejado en su esfuerzo por replicar a
cada mensaje de la gente de Duque o cualquier otra propuesta con un lenguaje
poco amigable, por decir lo menos. Y, claro, persiguen a Álvaro Uribe a cada
universidad, a cada ciudad, a cada esquina para dejarle saber que lo detestan.
Quizá
dentro de la ecuación de cálculo de los operadores políticos estaba que esto haría
más tóxico el panorama, nos polarizaría aún más y mantendría a la gente enojada
y asustada. Esto ha hecho que cada lado saque a relucir sus guantes de boxeo y esté
acechando al borde del ring esperando a entrar para agarrase con sus
adversarios a la primera señal. Basta visitar cualquier foro de los medios de
comunicación o abrir un ‘Live’ de cualquier cosa en las redes sociales para ver
cómo cada mensaje es repelido de manera instantánea, cómo brotan los insultos de
ida y de venida.
Yo
creo que ese era el plan de ambas partes, el uribismo y el petrismo: polarizar
el discurso para que desaparezcan las opciones de centro. Y, a juzgar por los
resultados de las encuestas, tal como vemos en la ‘encuesta de encuestas’ que
elabora Nicolás Velásquez y cuyas gráficas pueden verse en este artículo, lo
han conseguido.
Uno
de los defectos más notables de las democracias representativas es que las
narrativas de las campañas se pueden manipular una vez que se han aprendido las
tácticas esenciales de los sistemas electorales. Las elecciones no se ganan
con la razón sino con los discursos contrastantes. Las campañas del Centro
Democrático y de Gustavo Petro han hecho un gran trabajo en ese sentido.
Aunque
Petro como candidato suena como un profesor universitario lleno de conceptos,
números y valores, sus seguidores son mucho más elementales y han logrado
descomponer su lenguaje aprovechando la contraparte que ofrecen los uribistas.
El contraste es lo más útil que han encontrado unos y otros: lso uribistas
atacan a Petro para identificarse y así Petro se convierte en el anti-uribista
por excelencia. La táctica les otorga millones de seguidores.
Sin
embargo, al país no le conviene hoy un candidato de los extremos. En cambio, y
para cambiar, al país le conviene un presidente capaz de crear consensos,
acuerdos, alianzas. Un candidato de izquierda no tendría capacidad de maniobra;
un candidato de extrema derecha nos conduciría al autoritarismo.
Ambos
candidatos, de izquierda y derecha, quieren modificar la Constitución a su
acomodo para que se parezca más a la Colombia que ellos imaginan y, probablemente,
para perpetuarse en el poder, experimento del que ya creíamos haber salido.
Aquí
creemos que el país, gracias a su lenguaje político sobrecargado, se ha puesto
entre la espada y la pared, a punto de enfrentar una tragedia que no podría
empujar al abismo de la incertidublre. Lástima, porque hay opciones mesuradas y
centradas que podrían lograr un mejor efecto, pero parece que es más fácil ver
en blanco y negro.
Espero
que las elecciones del 11 de marzo consigan desinflar un poco los lenguajes, consolidar
alianzas y aclarar los términos. Y que de una vez se sepa que NO VAMOS A
CONVERTIRNOS EN VENEZUELA. Es imposible. Como dice La Pulla de Semana, estamos “condenados
a ser Colombia”. Así que, ¡por favor!, dejen de replicar tonterías. Y, bajémosle
todos la temperatura al proceso electoral. La
responsabilidad es compartida.
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