Varias democracias de América Latina se ven hoy
amenazadas por una sombra que se va extendiendo a medida que se aproximan las
horas del atardecer de la democracia. Se trata del peligro del castrouribismo, una
versión actualizada y muy bien estructurada de pensamiento que busca imponer
una forma de autoritarismo dispuesto a modificar las reglas del juego para
perpetuarse en el poder.
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"El Gigante", ilustracion del autor sobre la obra de Goya |
En Venezuela se expresa a través del chavismo o
del actual madurismo. En Colombia se manifiesta en el uribismo del Centro Democrático,
en iniciativas como la del destituido procurador Alejandro Ordoñez o en la
propuesta de convocatoria a una Constituyente que esgrime Piedad Córdoba. En Bolivia
y Nicaragua la doctrina ya está impuesta y será difícil derrotarla, pues está
incorporada a las mayorías.
En el castrouribismo conviven la izquierda y la
derecha, es decir, lo castrista y lo uribista de nuestras sociedades. Una de
las características de esta forma de pensamiento es que muchas personas prefieren
tener en el poder a un gobierno que no dude a la hora de ejercer la fuerza y
vencer a sus oponentes. Este autoritarismo no le pertenece a una ideología en
particular. Las dictaduras de la doctrina de seguridad nacional de las décadas
de los setentas fueron muy similares al régimen comunista de Cuba en el
ejercicio del poder.
Lo que diferencia al castrouribismo de esas
versiones anteriores de autoritarismo es que esta actualización sabe hacer uso
de las herramientas de la democracia para imponerse y, una vez en el poder, provocar
los cambios que permitan que ese partido o coalición o caudillo se perpetúe en
el gobierno. Sus principales herramientas son los equipos de consultoría
política, los estrategas que saben manejar el mensaje a través de las redes
sociales y la inyección de ingentes cantidades de dinero es dicho plan. Esas estrategias
permitieron sorpresas electorales en Gran Bretaña, Colombia, Estados Unidos y
han puesto en peligro a otras sociedades.
Venezuela es un caso crónico. Durante los años
de gobierno de Hugo Chávez y gracias a su carisma y el poder del petrodólar, se
modificaron las estructuras del poder de manera que permitieron que, cuando se
debilitó el proyecto, pudieron garantizar la permanencia de los chavistas en el
poder. Aunque ya no cuentan con las mayorías que sostuvieron a Chávez, sí
mantienen el control férreo del Ejecutivo, las Fuerzas Armadas, el Tribunal Superior
de Justicia y el Consejo Nacional Electoral, lo que les permitió imponer una
Asamblea Nacional Constituyente y mantener neutralizada a la oposición.
Nicaragua es otro caso similar de un régimen de
izquierda que, siguiendo la más rancia tradición comunista, se perpetúa en la dinastía
de los Ortega.
En Colombia el peligro tiene varias caras. Tanta
insistencia de los uribistas respecto al peligro del castrochavismo que
supuestamente nos impondrían las FARC desmovilizadas, ha permitido ver que el
verdadero peligro está encarnado en quienes promueven versiones de
autoritarismo de derecha o de izquierda, es decir, de castrouribismo.
En la derecha se va configurando una alianza que
parece traída de los pelos de la historia: la fusión de religión y pensamiento
conservador. Líderes políticos y pastores de iglesias se unen para imponerse a
fuerza de fe. Sin temor alguno proponen recortar libertades individuales, como
la libertad de pensamiento y de expresión, algo que se demuestra en sus ataques
a la prensa, a la sátira política y la agresividad en las redes sociales.
En Colombia es tan severo el desprestigio del
castrouribismo de Nicolás Maduro que Gustavo Petro se vio obligado a aclarar en
un extenso video que su propuesta no se parece a la que ha conducido al fracaso
económico de Venezuela. Falta ver si los electores le creen.
En todo caso, Colombia no debe olvidar que fue
durante el gobierno de Álvaro Uribe cuando se manipuló al Congreso para aprobar
una reforma política que permitió su doble mandato y el de su sucesor. Y su obsesión
con el poder no cesa, pues desde su puesto en el Senado, sigue representando
una fuerza política capaz de imponerse.
El peligro del castrouribismo está vivo y su semilla
está sembrada en muchas conciencias que no necesitan ser compradas. La gran
pregunta es si nuestras sociedades son capaces de impedir caer en sus garras.
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