Brexit en Gran Bretaña, Duterte en Filipinas,
la salida de Rousseff en Brasil y el No en el Plebiscito de Colombia son fenómenos
políticos que están relacionados entre si. Todos forman parte de una ola de
rabia que recorre al mundo y que está impulsada por los conservadores. En Estados
Unidos el capitán de esa ola es Donald Trump, algo que puede verse con claridad
en su rostro enojado y sus bufidos en los debates presidenciales así como en
los insultos y las expresiones iracundas de sus seguidores en sus mítines.
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"Dalí y el leopardo", dibujo del autor |
El mundo está viviendo una era de ira, y esta suele
ser más poderosa que la esperanza.
Los expertos saben que hay dos emociones
especialmente útiles en la política y que a la hora de las elecciones son las
más fáciles de manipular. Existen empresas que manejan imágenes de candidatos y
de campañas que conocen muy bien cómo agitarlas en el electorado para conseguir
los resultados esperados. Hace ocho años en Estados Unidos ganó Barack Obama
montado en la esperanza del “Sí se puede” del primer presidente negro de la
historia. Hoy los republicanos, a quienes se han sumado una gran cantidad de votos
blancos y masculinos que han salido de las sombras, están motivados por la
rabia y la frustración. El suyo es un voto “en contra”, producto de las
derrotas acumuladas.
Pienso que hay fuerzas en nuestras sociedades
que se contagian como las enfermedades o que funcionan como las olas del mar. En
plena era del meme, mucha gente está furiosa, frustrada, cuenta ahora con esa
herramienta y las redes sociales para ventilar esa rabia y frustración y
multiplicarla por montones.
Las causas de esa ira son muchas. La lenta
recuperación desde la Gran Recesión ha mantenido la economía del hogar en
niveles de depresión. A ello se le suma el malestar que la gente siente por las
cada vez más profundas desigualdades, por los actos de corrupción de los políticos
y los poderosos. Durante años hemos visto cómo las instituciones se pueden usar
para beneficio de unos pocos y la desventaja de la mayoría. Hoy hay tanta incertidumbre
y desconfianza en las instituciones que no se sabe a dónde acudir.
Esa frustración se convierte en apatía entre
los jóvenes y sus consecuencias han sido funestas. En Gran Bretaña fue el voto
inmóvil que permitió que por un escasísimo margen ganara la salida de la Unión
Europea. De nada valieron sus quejas y reclamos después de la elección: los
mayores, que saben del poder que representa su voto, lo aprovecharon para
dejarlos fuera del futuro europeo.
En Colombia sucedió algo similar: la rabia agitada
por la propaganda del “No” hizo que muchos de los que están enojados con el
Gobierno y que detestan a las FARC salieran a votar (otro ejemplo del poder del
meme). Por suerte, el margen de triunfo del No en el Plebiscito para refrendar
los Acuerdos de paz entre el Gobierno y las FARC fue tan estrecho (apenas 0,43% de
diferencia) que no puede considerarse un mandato. Después de los resultados,
los sectores que se han radicalizado en su oposición a los Acuerdos son los más
cercanos al Centro Democrático. Más importante que ese factor, es lo que ha
sucedido en la sociedad civil: desde el primer día, con la movilización de los
jóvenes, hasta hoy, se ha mantenido en las calles respaldando especialmente a
las víctimas del conflicto, que son quienes de veras lideran el movimiento que
insiste en concretar la paz.
El peligro radica en que en esta era, la ira tiene
el impulso y la iniciativa. En el caso estadounidense, el peligro es serio y
las consecuencias podrían ser funestas para el mundo. Basta observar lo que
ocurre en Filipinas con Rodrigo Duterte, donde otro político impredecible y
rabioso abrió las puertas a las ejecuciones extrajudiciales y terminó rompiendo
su histórica alianza con Estados Unidos para entregarse a los brazos de China. Los
filipinos lo lamentarán, pero Iacta
alea est.
Considerando que el peligro es que la ira lleve
a los estadounidenses a elegir a Donald Trump, mal hacen los demócratas en
buscar oponerse con un discurso de esperanza que no contenga la semilla de la
frustración de donde proviene la rabia. Lo que plantea Hillary Clinton, aunque
muy sesudo y positivo, acaba sonando abstracto a los oídos de quien se siente
frustrado. A eso se le agrega que el discurso de Trump consiste en denunciar el
desprestigio de la clase política a la que Clinton pertenece, lo que le suma
dos factores de alto riesgo para la candidata demócrata.
Al final, ganará quien consiga sacar el voto. Trump
ha conseguido movilizar una buena parte de los estadounidenses que estaban
inertes o al margen de la participación política. Sin Obama a la cabeza de la
lista, ¿cómo pueden ganar los demócratas?
Con la ira de las mujeres. Donald Trump ha sido
un mujeriego machista toda su vida. Su trato despectivo al sexo femenino es tan
visible, que la gente se burla cuando asegura que “nadie las respeta más” que
él. Hoy millones de mujeres se sienten agredidas por el candidato y es esa la
rabia que deben impregnarle a su voto. Y, nosotros, sus compañeros, debemos sentirnos
igualmente indignados por el trato que Trump y sus seguidores prometen convertir
en regla de nuestra sociedad con su rechazo a lo ‘políticamente correcto’, que
no es sino una excusa para poder insultarnos todo lo que se les dé la gana.
Es lamentable, pero parece que debemos subirnos
a esta ola de rabia que recorre el mundo y votar en contra de quienes amenazan
con destruir las libertades y el respeto que nos quedan y así evitar que se
salgan con la suya. Sin embargo, como dice Michelle Obama, ‘cuando ellos van
bajo, nosotros vamos alto’, así que hay que votar con rabia, pero con altura,
sin insultos, con respeto.
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