En los días de la Feria del Libro de Miami,
cuando iba rumbo a mi trabajo, escuché por radio Caracol 1260 una entrevista a un autor
colombiano que estaba, como muchos otros escritores, aprovechando la feria para
promocionar su libro. En los pocos minutos que le concedieron alcancé a
entender que se trataba de una historia de la que quería saber más.
El invitado, un profesor de economía de la
Universidad Nacional, hablaba sobre un territorio le ha dado identidad e
importancia universal a América del Sur pero que casi todos desconocemos: el
Amazonas. Ahí estaba, este hombre de voz calmada y lenguaje académico hablando
de poesía, de amor, de la pasión por la selva y de la guerra. Apreté el
acelerador para llegar más temprano y alcanzar a tomar sus datos antes de que
saliera de la emisora.
Después de varios intentos para coordinar,
gracias a la ayuda de otro caqueteño, Carlos Beltrán, de El Sol Latino Newspaper, conseguimos realizar
una entrevista en la
que tuvimos ocasión de comenzar un diálogo que, estoy seguro, continuará en
otras jornadas, algunas diurnas como esta, y otras en la noche, tal vez con un
vino de por medio.
Es que este profesor de economía, que suele
ocupar cátedras y cargos y dar lectures
sobre los más abstractos temas, en su libro “Amor
y guerra en el Amazonas” (Editorial Planeta) muestra un rostro de gran
humanidad y sensibilidad profunda.
Como escritor, siempre me he sorprendido al
encontrar personas que pueden hablar diversos lenguajes literarios. El profesor
Pulecio es uno de ellos. Escucharlo hablar de la historia del Amazonas, de las
Cinco guerras que han vivido esas selvas, de los tiempos de la colonización en
los años sesenta y setenta, de los conflictos agrarios y las luchas por
construir una identidad cultural aún entre las permanentes escaramuzas de enemigos
que pertenecen a la misma tierra y tienen las mismas urgencias, de eso y mucho
más, pero en un lenguaje más humano, menos abstracto que el del economista, es
formidable.
En el conflicto armado colombiano, la selva ha
sido el refugio de los rebeldes y también ha recibido el influjo de los que
huyen. Hasta allí han debido desplazarse miles de soldados de otras regiones
que han patrullado esas trochas y ríos frente al temor de la emboscada; allí
han vivido durante años centenares de guerrilleros que han hecho de la selva su
hogar; hasta allí han llegado misioneros de remotos países o de ignotas regiones
de la misma Colombia; entre la maleza han brotado y prosperado laboratorios en
los que se procesan coca y amapola y que han hecho fortunas criminales; allí
han sido derribados gigantes de madera que han dado de comer unos días y
después han dejado un desierto por herencia. Y, en medio de todo esto, la selva
herida sigue prodigando sus bendiciones y sus habitantes originales siguen
viendo la llegada de extraños que traen sus guerras y se llevan sus recursos.
Pero esa selva que ha servido para ocultar
rebeldes y cazadores de fortuna, también ha servido para mantener la guerra
lejos de las ciudades, lejos de la gran población que, por eso mismo, ha vivido
el conflicto por televisión y no en carne propia. Por eso es tan importante un
testimonio como el del profesor Jorge Pulecio, que trae a punta de cuento y
canto un caleidoscopio de historias fracturadas, de vidas extraviadas, de
amores y guerras refundidos allá entre la manigua de nuestra inmensa Amazonia.
Les invito a ver la entrevista que
realizamos en la ya proverbial Plaza Colombia en el Westwind Lakes Park de
Kendall y a que después, con interés, compren el libro para entender aún mejor
acerca de las mil maravillas que aún se esconden entre el matorral pero que en
los años por venir comenzaremos a encontrar profusamente en las voces de los
testigos que hasta ahora no han tenido una voz pero pronto nos contarán lo que
allí se encontraron.
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