La oportunidad
Los colombianos –los habitantes de esa esquina
de Suramérica- hemos sido especialmente violentos. Estoy convencido –aún sin
pruebas arqueológicas- de que ninguno de los imperios ha prosperado entre
nosotros porque, quienes allí crecimos, lo hicimos en tierra de piratas y
contrabandistas y gracias a nuestra geografía física y humana, hemos sido
especialmente indomables.
No me tomes a mal: no quiero que pienses que me
siento parte de una ‘raza especial’ o de un pueblo con cualidades diferentes. Pienso,
más bien, que ha sido consecuencia de su localización y el tipo de gente que
esta ha convocado. Creo que al cabo de los siglos heredamos las mañas de
nuestros ancestros. ¿Quién sabe si los mayas, los aztecas o los incas no se
atrevieron a llegar a la tierra de las tres cordilleras y El Dorado porque era
preferible dejar a esas tribus y pueblos en sus negocios, siempre útiles,
siempre fructíferos?
Los colombianos hemos sido –tal como nuestros
ancestros- guerreros empedernidos. ¿Por qué, si no, Bolívar se fue a la Nueva
Granada a buscar ejército? ¿Por qué, si no, en nuestro territorio ha habido
guerrilla desde el confín de los tiempos? ¿Por qué no hemos logrado resolver
este conflicto de casi seis décadas, hijo legítimo del conflicto anterior entre
liberales y conservadores, que a su vez es hijo del conflicto anterior y así,
hasta perdernos en los tiempos? ¿Por qué nuestros hombres hoy son mercenarios
en las guerras que nadie quiere luchar?
Nuestras cordilleras –tan diferentes entre si-,
nuestras selvas –tan tupidas-, nuestros llanos –tan extensos-, han sido refugio
para toda clase de travesuras legales e ilegales. Entre nosotros han prosperado
altruistas guerrilleros y violentos asesinos; contrabandistas de sueños y
traficantes de pesadillas; justicieros y ajusticiadores; rebeldes y
aniquiladores de la rebelión; hombres, mujeres y niños que hemos hecho y
deshecho por las causas más sublimes y las más anodinas. Hemos sido
combatientes del bienestar y aniquiladores de la bondad. En nuestras tierras
han crecido los héroes del bien y los del mal, seres capaces de superarse a sí
mismos en la tarea de la muerte.
Hemos padecido toda clase de liderazgos: los
políticos, los religiosos, los económicos, los inútiles y los ingeniosos. Por nuestras
pancartas han corrido los mensajes de la necesidad y de la abundancia e incluso
los del derroche. Hemos comulgado con todos los mitos y todos los ritos y en
nombre de ellos hemos intentado, en reiteradas ocasiones, aniquilar a quienes
creemos enemigos, sin comprender que en realidad son el otro lado del espejo.
Hay algo en nuestra tierra (quizás nosotros)
que nos hace así, violentos, agitados, ansiosos. Tal vez quedó inscrito en el
ADN de quienes ocuparon primero nuestro territorio. No lo sé.
Pero sí sé, y esto lo tengo bien claro, que no
habrá otro momento en la historia como este, otra oportunidad como la que se ha
ido forjando en estos años para construir un nuevo camino, para abrir las
puertas a un nuevo destino.
No podemos permitirnos desaprovecharlo. No podemos
dejar que lo que nos diferencia –que es lo que nos hace fuertes- sea la fuente
de nuestro próximo conflicto. Es una oportunidad como ninguna para dar un salto
a lo verdaderamente desconocido: un país sin guerra en esta esquina del
continente.
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