Hoy es un día de celebración para los
colombianos que llegamos a un momento largamente esperado y que solo se alcanzó
después de muchos sacrificios, mucha sangre y mucho esfuerzo. Llega, pues, el
día de hacer las paces.
Amanecer del 26 de septiembre en Kendall, foto del autor |
Y, es que la paz no es una: son muchas. Como la
felicidad, la paz está compuesta de retazos, de piezas intercambiables, de
espacios entre las vetas, de fibras que se entrecruzan, se anudan, se expanden,
se separan y se encuentran en el tiempo. Como la felicidad, la paz no es
permanente, no es única, no viene sola. Pero la guerra tampoco es permanente,
por suerte. Y, esta guerra nuestra, esta que hoy concluye, tomó 52 años en
llegar a punto de reencuentro.
Los colombianos, que hemos entregado tanto a
causa de la guerra y para la guerra, no podemos aceptar que tantos muertos,
tantos heridos, tanto dolor y tanto esfuerzo no valgan algo, no valgan mucho,
no lo valgan todo. Es hora de que toda esa entrega y toda esa lucha comiencen a
dar sus verdaderos frutos. Porque en nuestra guerra ha habido sacrificio de
todos los lados y ha habido crímenes desde todos los costados.
Los primeros en sublevarse lo hicieron porque fueron
víctimas de un Estado entregado a los intereses de unos pocos; pero la guerra
tiene sus propia reglas y sus propias exigencias; aquellos sublevados, convencidos
de que para lograr sus objetivos de justicia era necesario derrotar a quienes
veían como los causantes de su dolor, tarde o temprano acabaron convertidos en
instrumentos del mismo dolor que querían evitar.
El Estado, por su parte, también sufrió
profundas transformaciones en el curso de este conflicto. Algunos de sus
elementos fueron comprendiendo el valor y la importancia de aquellas
reivindicaciones que esgrimían como razones los sublevados y poco a poco fueron
viéndose obligados a conceder espacios de participación y representación a esos
movimientos. Las desmovilizaciones anteriores, en particular la del M-19,
trasformaron la geografía política del país. Gracias a ello, se abrieron las
compuertas a la reinvención de los motivos y los métodos del Estado, entre
ellos, los de las fuerzas armadas que lo sostienen.
La tortura, las desapariciones y las masacres,
así como el contubernio con la criminalidad del narco, que durante años
hicieron de ese Ejército el defensor de una clase social y económica en
detrimento de otra, dejaron de ser –por fin- las herramientas de su poder. De esta
manera el espíritu de ese Ejército y esas Fuerzas Armadas se transformó para
poder vencer a los sublevados, no solo en el campo militar, sino también en el
campo político.
Estas observaciones que escribo son
generalizaciones de patrones de comportamiento. Lo que procuro alcanzar con
ellas es una conclusión de valor, representar el impulso de una corriente, pero
comprendo que no está completo. Así lo demuestran los pitos y cornetas de los
del No al otro lado de las murallas en Cartagena. Así lo expresa el dolor y la
rabia que se escucha en sus voces que aún no aceptan la posibilidad del perdón
y la reconciliación y la derrota que implica para ellos la llegada de este día.
Pero este día ha llegado y el mismo sol nos alumbra a todos.
Las verdaderas causas de nuestra guerra están
intactas. Lo que estamos confirmando en estos muchos actos que se concretan hoy
y se deben refrendar el 2 de octubre es el derecho a seguir buscando soluciones
para esas causas sin necesidad de acudir al uso de la fuerza para lograrlo. Lo que
estamos buscando es seguir ampliando el espacio del ejercicio político para que
sea la palabra, y no las armas, lo que nos permita resolver nuestras
diferencias.
Confío en que el ejemplo de hoy, que se verá en
estas ceremonias y del que el mundo es testigo, cunda y se multiplique en
muchos otros momentos y espacios de nuestro territorio. Espero que consigamos
muchas paces, no una sola, y que estas paces duren muchos años y que muchas
generaciones porvenir encuentren nuevas formas de dirimir, de resolver y de atender sus
problemas. Que este espíritu se extienda y se multiplique en muchos corazones
para que haya menos dolor y menos sufrimientos.
Confío en que incluso aquellos que hoy se
oponen con tanta vehemencia encuentren su propia dosis de paz y hagan su propio
sacrificio. Espero que, si el resultado del 2 de octubre les es adverso y gana
el Sí, tengan el coraje, el honor y la honradez de aceptar el resultado y
sumarse a la supervisión y construcción de espacios de paz y respeto para
todos.
A mis amigos (y no tan amigos) del No, los
invito a que hagan de este y los días porvenir los días de paz que tanto anuncian
en sus discursos. Si es verdad que están por el No preocupados por una
verdadera paz, los llamo a que desde ya comiencen a trabajar por ella, es
decir, por todas las paces que tenemos que construir, con ustedes incluidos.
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