El profesor Manuel Gaona, magistrado que
falleció en el holocausto del Palacio de Justicia en Bogotá, hablaba despacio cuando
daba sus clases en el primer año de la facultad de Derecho en la Universidad
Externado. Era fantástico, porque podían anotarse sus cátedras casi palabra por
palabra. Recuerdo que, por esa misma razón, mi cuaderno de Constitucional I era
el que más quería. Volver a abrir sus páginas era volver a escucharlo.
"La izquierda", foto del autor |
Esta referencia a la Revolución Francesa solía
ponerla a juego cuando el debate se salía del curso de las aguas
constitucionales para anegar los terrenos de la política, que le son
colindantes. Se refería al hecho de que en el Parlamento francés posrevolucionario
los miembros de cada tendencia solían juntarse a un lado del recinto y sus
oponentes al otro. A la izquierda quedaron los de tendencias liberales y a la
derecha los de tendencias conservadoras.
La ironía del profesor Gaona era sabia: los
legisladores estaban convencidos de pertenecer a la izquierda, pero debían
sentarse a la derecha, puesto que la referencia se hacía desde la Presidencia
del Parlamento, que los veía a su izquierda. Reconozco que esta referencia del profesor
Gaona me ha acompañado desde entonces, haciéndome cuestionar la validez de las
etiquetas con las que nos referimos unos a otros, las marcas que solemos ponernos
para identificarnos –o, para confundirnos.
La famosa promesa neoliberal de los
años noventa de que se acabarían las ideologías resultó incumplida y por eso los
debates políticos que hoy nos ocupan siguen enmarcados en decisiones similares
entre la derecha y la izquierda, entre conservadores y liberales. Sin embargo,
algunos de los elementos que pertenecían a la izquierda están hoy en manos de
la derecha y viceversa.
Ejemplo, Brexit+Trump: desde la derecha se
promocionó con insistencia durante décadas la idea de la globalización
económica. La crítica que hacía la izquierda en su momento tenía que ver con
que la doctrina de mercado abierto era destructiva para las clases populares y los
países en desarrollo y sólo favorecía las multinacionales y a los países del
primer mundo. Hoy, en cambio, vemos cómo los promotores del Brexit y el
candidato republicano Donald Trump son quienes hablan una vez más de
nacionalismo, de proteccionismo, de una política que cierre las fronteras e
imponga restricciones al mercado. ¿Quiere decir que ya se han enriquecido lo
suficiente los súper-ricos? No. Sabemos que la ambición no cesa. La motivación
es otra, pero la excusa es el tema de la seguridad. En últimas, lo que importa
es agitar al electorado para ganar y después se resuelve.
Y, ¿dónde vemos a la izquierda de derecha? En
Venezuela, por ejemplo, o en Cuba, tal como se vivió en la Unión Soviética que
nos entregó a la hoy ultraconservadora y ortodoxa Rusia. Durante décadas, la
izquierda utilizó el lenguaje del oprimido para agitar a las masas, tanto que
la lucha por los Derechos Humanos es vista hoy como una causa netamente de la
izquierda. Sin embargo, una cosa es luchar por el poder y otra muy distinta
ejercerlo.
He ahí la gran contradicción: ser
revolucionario suele implicar ser liberal, en el sentido de promover y desear
mayores libertades. Pero ese discurso es útil mientras se lucha para alcanzar el
poder. Una vez allí, automáticamente y en razón de las urgencias que impone su subsistencia,
la izquierda se torna en el elemento conservador de su propio régimen.
Por eso la Venezuela madurista está tan empeñada
en contener a la oposición y para ello hace uso de los más rancios elementos
del ejercicio del poder desde el Estado: represión y adoctrinamiento. Los
poderes están afiliados con la ideología del partido dominante: el Ejecutivo,
obviamente, pero también el Tribunal Superior de Justicia, el Consejo Nacional
Electoral, la Fuerza Armada, múltiples medios de comunicación escrita, hablada
y en TV. El sistema de educación se ha transformado en una máquina de adoctrinamiento
y se usan todos los recursos para ello.
En Venezuela hay presos políticos, comenzando
por el más visible de ellos, Leopoldo López, condenado a casi quince años de
cárcel acusado de unos delitos que su mismo fiscal, hoy en el exilio, dice que
han sido orquestados. Sin embargo, allí está, en una prisión militar, bajo un
intenso régimen represivo que hace recordar el trato inhumano que desde la
misma izquierda latinoamericana se criticó de las dictaduras de derecha durante
los años setenta. López no es el único: con él han sido arrestados decenas de estudiantes
y líderes, algunos de los cuales continúan en prisión.
He aquí la razón por la cual hablo de los
conservadores de izquierda, algunos de los cuales me cruzo por las redes
sociales y en debates diversos. Confieso que muchas veces es más difícil dialogar
con ellos que con la gente que se declara abiertamente de derecha, porque
suelen vivir en negación. Su corazón pueden seguir legítimamente convencido de
las gracias y maravillas del estado socialista –políticas públicas de atención a
los más necesitados, por ejemplo-, pero para proteger eso (real o fantástico) están
dispuestos a hacerse los ciegos respecto a las manchas que tienen sus líderes,
en particular, la insistencia en mantenerse en el poder durante muchos años,
incluso décadas, tal como han logrado Hugo Chávez/Nicolás Maduro, Rafael
Correa, Daniel Ortega y Evo Morales, sin olvidar, claro, las seis décadas de la
revolución cubana en manos del castrismo.
He ahí claros ejemplos de estos conservadores
de izquierda, gente que sostiene ideas liberales y de respeto a los derechos
humanos en tanto estas sean convenientes y permitan llegar al poder, pero una
vez en ejercicio, las olvidan con la disculpa de que hay que defenderse del
imperialismo y otros ogros de la ‘ultraderecha’. ¿Cómo, si no es por medio del
estado policial de vigilancia, se ha sostenido la revolución cubana?
Es una triste ironía que nos debe ayudar a
recordar la frase de Heráclito de Éfeso: “El poder no cambia al hombre; lo
muestra tal cual es”. A la que debemos agregar la sentencia del ‘Dios Emperador
de Dune’, la obra magna de Frank Herbert: “El poder atrae a lo corruptible”. Por
lo tanto no es de extrañar que al cabo de las revoluciones más justas, las
sublevaciones más urgentes y las elecciones más necesarias, el poder que de
ellas emerge es igualmente atractivo para los corruptos recién llegados como lo
era para quienes han sido reemplazados.
De ahí que nuestro deber sea el de mantenernos
siempre alertas del abuso de poder y no adherir de lleno a ninguna doctrina,
por bella que esta luzca. Cabalgando junto a los más justos siempre llegarán
jinetes del pavor y la ambición. Y, no olvidemos, que "los de la izquierda son los de la derecha", en especial cuando están en el poder. Y, viceversa.
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