Friday, March 2, 2018

Colombia: al borde del abismo

Boxeadores, ilustración del autor
Hasta hoy el panorama electoral colombiano en el 2018 ha estado dominado de manera solapada por el Acuerdo de La Habana, solo que el proxy o avatar de esa discusión ya no es la Farc sino en el fantasma de Venezuela. Como dice el dicho, “no es lo mismo pero es igual”.

Este fenómeno queda aún más visible en los resultados de la reciente encuesta de Cifras y Conceptos para Caracol Radio en la que se percibe el crecimiento del candidato del uribismo, Iván Duque, y la consolidación de Gustavo Petro a la cabeza de las preferencias de primera vuelta. También se escucha en los choques entre estudiantes y carabineros en Popayán y las “pedradas” contra el carro de Petro en Cúcuta.

Hasta hace un par de meses el tema que comandaba el debate político era el de la lucha anticorrupción. Sin embargo, la profunda polarización que ha venido exacerbando a los electores, especialmente a través de las redes sociales, los discursos electorales y los medios de comunicación, ha vuelto a poner el tema de Venezuela en el tope de la discusión. Es como si Nicolás Maduro y Raúl Castro fueran los candidatos de la hipotética izquierda radical en Colombia o como si Carlos Castaño se hubiese levantado de su tumba y se hubiese convertido en el candidato del CD.

Al analizar estos procesos electorales no debemos olvidar que el propósito de cualquier campaña es uno solo: ganar. Para ello, hoy existe un verdadero ejército de consultores que conocen muy bien cómo realizar verdaderos experimentos de ingeniería social a través de los mensajes que sus candidatos y sus seguidores emiten.

Gráfica de Nicolás Mendoza, sumatoria de las encuestas electorales hasta el 1o de marzo. El promedio móvil es una regresión localizada tipo Loess, que es una regresión exploratoria que permite explorar una tendencia visualmente. Pondera las encuestas a partir del número de encuestados que respondieron, según las fichas tecnicas de cada encuestadora descargadas del CNE y Carcol.com.co
De ese modo, lo que ha hecho crecer a Iván Duque en las encuestas es el fantasma del castrochavismo. Es la misma fórmula que utilizaron para conseguir que más gente saliera a votar por el No que por el Sí en el Plebiscito. Si bien al comienzo de las presidenciales parecieron enfocarse en atacar a la Farc, el hecho de que Timochenko no pudiera salir a la plaza pública porque le montarían en cada lugar un acto de repudio –muy al estilo de los comunistas cubanos, por cierto—hizo que este desapareciera del panorama hasta reaparecer en un hospital a punto de ser operado. De modo que las baterías se enfocaron en Petro, que para el uribismo es el heredero natural de la Farc, aunque no lo es. Pero como la política es un asunto de percepciones…

Es una mentira insistir en que Gustavo Petro es un peligroso izquierdista que va a conducir a Colombia al sendero del Socialismo del Siglo XXI y arrastrarnos a la miseria. Sin embargo, ese mensaje ha demostrado ser muy efectivo en la campaña, como lo demuestran los incidentes en Cúcuta. Solo hay memes de la derecha que incluyen referencias al peligro de transformarnos en Venezuela o a la horda de vagos y mantenidos que quieren vivir a costa del Estado.

Por su parte, la izquierda no es inocente en este juego. Desde sus orígenes ideológicos por allá en el S. XIX ha usado un discurso que polariza y divide. En Colombia esto ha significado la demonización de la derecha, una permanente referencia a los crímenes del paramilitarismo y la corrupción –como si esta fuera patrimonio de un sector y no de todos—y, claro, la lucha de clases. En esta ocasión los activistas del petrismo no han cejado en su esfuerzo por replicar a cada mensaje de la gente de Duque o cualquier otra propuesta con un lenguaje poco amigable, por decir lo menos. Y, claro, persiguen a Álvaro Uribe a cada universidad, a cada ciudad, a cada esquina para dejarle saber que lo detestan.

Quizá dentro de la ecuación de cálculo de los operadores políticos estaba que esto haría más tóxico el panorama, nos polarizaría aún más y mantendría a la gente enojada y asustada. Esto ha hecho que cada lado saque a relucir sus guantes de boxeo y esté acechando al borde del ring esperando a entrar para agarrase con sus adversarios a la primera señal. Basta visitar cualquier foro de los medios de comunicación o abrir un ‘Live’ de cualquier cosa en las redes sociales para ver cómo cada mensaje es repelido de manera instantánea, cómo brotan los insultos de ida y de venida.

Yo creo que ese era el plan de ambas partes, el uribismo y el petrismo: polarizar el discurso para que desaparezcan las opciones de centro. Y, a juzgar por los resultados de las encuestas, tal como vemos en la ‘encuesta de encuestas’ que elabora Nicolás Velásquez y cuyas gráficas pueden verse en este artículo, lo han conseguido.

Uno de los defectos más notables de las democracias representativas es que las narrativas de las campañas se pueden manipular una vez que se han aprendido las tácticas esenciales de los sistemas electorales. Las elecciones no se ganan con la razón sino con los discursos contrastantes. Las campañas del Centro Democrático y de Gustavo Petro han hecho un gran trabajo en ese sentido.

Aunque Petro como candidato suena como un profesor universitario lleno de conceptos, números y valores, sus seguidores son mucho más elementales y han logrado descomponer su lenguaje aprovechando la contraparte que ofrecen los uribistas. El contraste es lo más útil que han encontrado unos y otros: lso uribistas atacan a Petro para identificarse y así Petro se convierte en el anti-uribista por excelencia. La táctica les otorga millones de seguidores.

Sin embargo, al país no le conviene hoy un candidato de los extremos. En cambio, y para cambiar, al país le conviene un presidente capaz de crear consensos, acuerdos, alianzas. Un candidato de izquierda no tendría capacidad de maniobra; un candidato de extrema derecha nos conduciría al autoritarismo.

Ambos candidatos, de izquierda y derecha, quieren modificar la Constitución a su acomodo para que se parezca más a la Colombia que ellos imaginan y, probablemente, para perpetuarse en el poder, experimento del que ya creíamos haber salido.

Aquí creemos que el país, gracias a su lenguaje político sobrecargado, se ha puesto entre la espada y la pared, a punto de enfrentar una tragedia que no podría empujar al abismo de la incertidublre. Lástima, porque hay opciones mesuradas y centradas que podrían lograr un mejor efecto, pero parece que es más fácil ver en blanco y negro.

Espero que las elecciones del 11 de marzo consigan desinflar un poco los lenguajes, consolidar alianzas y aclarar los términos. Y que de una vez se sepa que NO VAMOS A CONVERTIRNOS EN VENEZUELA. Es imposible. Como dice La Pulla de Semana, estamos “condenados a ser Colombia”. Así que, ¡por favor!, dejen de replicar tonterías. Y, bajémosle todos la temperatura al proceso electoral. La responsabilidad es compartida.

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