Tuesday, August 23, 2016

El poder de la pregunta

 

Las discusiones en las redes sociales nos muestran cómo se van organizando las cargas de los debates públicos y cómo vamos quedando separados en nuestras tribus de opinión. Cada día es más difícil encontrar puntos de acuerdo y se hace más difícil convencer a otros.

Leemos y replicamos a quienes aportan a nuestro punto de vista. No escuchamos ni leemos lo que otros nos plantean. Descalificamos e incluso insultamos a quienes se oponen y les damos carta blanca a quienes nos aportan material para apuntalar nuestra opinión, lo que nos lleva a multiplicar errores, mentiras, basura. Los asuntos más importantes de nuestro tiempo acaban resolviéndose a punta de consignas, sin debate. La democracia se convierte en un asunto de aritmética, no de razones.

Varias peleas cruzan por mis redes. La más ruidosa en estos días han sido las elecciones en EEUU, pero el tema que más me preocupa hoy es el Plebiscito por la paz en Colombia.

Por apoyar al Sí, he notado que es prácticamente imposible mantener una discusión razonable con los seguidores del No. Los argumentos, los datos, las reflexiones, la sustancia, todas esas cosas resultan inútiles: cada quien está en su trinchera y no pretende salir a husmear el entorno y, mucho menos, dejarse convencer.

Cada ‘posting’ político en Facebook cae bien entre quienes están de ese lado y cae mal entre quienes lo detestan. Parece que no hay lugar a que el otro cambie de opinión.

¿Existe un camino que nos permita avanzar para convertir estos debates en algo útil y no en este desperdicio de tiempo y energías? Para determinarlo, he decidido hacer un experimento: hacer preguntas.

A quienes lanzan mensajes a favor del No en el Plebiscito les pregunto cuáles son sus planes en caso de ganar. ¿Cómo piensan resolver el tema de la guerra en el país? ¿Qué van a hacer con el prestigio que el país perderá con ese resultado? ¿Cómo van a enfrentar a los niños que se verán obligados a seguir viviendo en un país incapaz de resolver sus conflictos?

Los resultados han sido de dos clases. La reacción más común es que una vez que formulo la pregunta, se acaba la discusión. El silencio denota que no tienen respuestas o les da pereza discutir con alguien que usa el cerebro: ya se acostumbraron a que no hay diálogo.

Otros responden con una andanada de sus propios argumentos sin intentar responder a mi pregunta, que es otra manera de ignorarme.

A pesar de que lo difícil de la tarea, quiero imaginar que mi gesto de escuchar o leer al otro e intentar cuestionar sus argumentos, pueda tener, en el mejor de los casos un efecto transformador, y en el peor de ellos, un efecto refrescante al cerrar la discusión sin alterarnos.


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