Thursday, August 18, 2016

La oportunidad


Los colombianos –los habitantes de esa esquina de Suramérica- hemos sido especialmente violentos. Estoy convencido –aún sin pruebas arqueológicas- de que ninguno de los imperios ha prosperado entre nosotros porque, quienes allí crecimos, lo hicimos en tierra de piratas y contrabandistas y gracias a nuestra geografía física y humana, hemos sido especialmente indomables.

No me tomes a mal: no quiero que pienses que me siento parte de una ‘raza especial’ o de un pueblo con cualidades diferentes. Pienso, más bien, que ha sido consecuencia de su localización y el tipo de gente que esta ha convocado. Creo que al cabo de los siglos heredamos las mañas de nuestros ancestros. ¿Quién sabe si los mayas, los aztecas o los incas no se atrevieron a llegar a la tierra de las tres cordilleras y El Dorado porque era preferible dejar a esas tribus y pueblos en sus negocios, siempre útiles, siempre fructíferos?

Los colombianos hemos sido –tal como nuestros ancestros- guerreros empedernidos. ¿Por qué, si no, Bolívar se fue a la Nueva Granada a buscar ejército? ¿Por qué, si no, en nuestro territorio ha habido guerrilla desde el confín de los tiempos? ¿Por qué no hemos logrado resolver este conflicto de casi seis décadas, hijo legítimo del conflicto anterior entre liberales y conservadores, que a su vez es hijo del conflicto anterior y así, hasta perdernos en los tiempos? ¿Por qué nuestros hombres hoy son mercenarios en las guerras que nadie quiere luchar?

Nuestras cordilleras –tan diferentes entre si-, nuestras selvas –tan tupidas-, nuestros llanos –tan extensos-, han sido refugio para toda clase de travesuras legales e ilegales. Entre nosotros han prosperado altruistas guerrilleros y violentos asesinos; contrabandistas de sueños y traficantes de pesadillas; justicieros y ajusticiadores; rebeldes y aniquiladores de la rebelión; hombres, mujeres y niños que hemos hecho y deshecho por las causas más sublimes y las más anodinas. Hemos sido combatientes del bienestar y aniquiladores de la bondad. En nuestras tierras han crecido los héroes del bien y los del mal, seres capaces de superarse a sí mismos en la tarea de la muerte.

Hemos padecido toda clase de liderazgos: los políticos, los religiosos, los económicos, los inútiles y los ingeniosos. Por nuestras pancartas han corrido los mensajes de la necesidad y de la abundancia e incluso los del derroche. Hemos comulgado con todos los mitos y todos los ritos y en nombre de ellos hemos intentado, en reiteradas ocasiones, aniquilar a quienes creemos enemigos, sin comprender que en realidad son el otro lado del espejo.

Hay algo en nuestra tierra (quizás nosotros) que nos hace así, violentos, agitados, ansiosos. Tal vez quedó inscrito en el ADN de quienes ocuparon primero nuestro territorio. No lo sé.

Pero sí sé, y esto lo tengo bien claro, que no habrá otro momento en la historia como este, otra oportunidad como la que se ha ido forjando en estos años para construir un nuevo camino, para abrir las puertas a un nuevo destino.

No podemos permitirnos desaprovecharlo. No podemos dejar que lo que nos diferencia –que es lo que nos hace fuertes- sea la fuente de nuestro próximo conflicto. Es una oportunidad como ninguna para dar un salto a lo verdaderamente desconocido: un país sin guerra en esta esquina del continente.
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