A pesar de todo lo que se ha denunciado y dicho
respecto a su delirante personalidad, ¿podría todavía el ‘angry vote’ hacer ganar
la Casa Blanca a un personaje como Donald Trump? El peligro es latente y las
consecuencias pueden ser funestas, no solo para los estadounidenses, sino para
todo el mundo.
"The Pump at Broad Street, London, 1854, Source of Cholera Epidemic", dibujo del autor |
Creo que algunas lecciones las tenemos en otros
procesos recientes en los que los resultados han sido inesperados e imposibles
de calcular. ¿Qué pasó en el Plebiscito en Colombia? ¿Qué pasó en el Brexit en
Gran Bretaña? ¿Qué ha pasado con las democracias que los pueblos toman decisiones
tan inconvenientes para ellos mismos?
Lo que ha pasado es que las elecciones se han
convertido en un asunto de mercadeo y publicidad, que los políticos y sus estrategas
aprendieron a tocar los instrumentos de la democracia de manera magistral para
lograr sus objetivos.
Veamos el caso colombiano, que está más próximo
en tiempo y afectos.
Cuando aún no salíamos del desconcierto que
causó el triunfo del No por 0,43% de los votos con un 63% de abstención,
apareció una
entrevista en el diario La República en la que pudimos enterarnos, de
primera mano, de algunos de los secretos con los que se había manejado la campaña
del No, revelaciones de vanidad hechas por el mismísimo Gerente de la campaña,
una verdadera confesión, si se quiere. Ese mismo día, en medio del escándalo
que se armó, el líder del No censuró
y contradijo a su Gerente, obligándolo a renunciar al partido Centro
Democrático.
A pesar del desmentido, yo le creo más al Gerente
Juan Carlos Vélez Uribe que al expresidente Álvaro Uribe Vélez. No se necesita
ser muy allegado ni haber estado en las reuniones de estrategia para distinguir
cómo manejaron el mensaje. Bastaba con escuchar el mensaje, ver con qué pasión lo
que reproducían con tanta disciplina los seguidores de Uribe, los cristianos,
los admiradores de Ordoñez y los dos o tres seguidores que le quedan a
Pastrana.
Era claro que la idea era aprovechar la
impopularidad de los principales protagonistas de la historia, convertir en el
imaginario a Juan Manuel Santos y a la guerrilla de las FARC en aliados: de ahí
la insistencia en que lo que nos esperaba era el castrochavismo, que lo que se
avecinaba era el socialismo del siglo XXI de la mano de dos enemigos que, al
cabo de seis años, habían conseguido dirimir sus enemistades.
He ahí el peligro que enfrentamos en EEUU: que
un voto enojado y ‘berraco’ como el de No en Colombia, o el del Brexit en Gran Bretaña,
nos deje con Mr. President Trump. Todo porque los estrategas y mercachifles de
un lado han sido más efectivos en entregar su mensaje y movilizar a sus
huestes. Todo porque Trump ha sido un mago de la manipulación de la televisión
reality.
Porque de eso se trata todo: de lanzar el
mensaje y conseguir que la gente que lo escucha y lo recibe como uno quiere se
sienta motivada para salir a votar. Porque votar es un acto de absoluta trascendencia
en las democracias, pero la gente actúa y decide como si se tratara de una cita
de ex cónyuges después del divorcio.
El ejemplo colombiano es perfecto. El Sí venía
trabajando durante años en la elaboración de los Acuerdos, en la negociación,
en el negocio de la paz, de unir lo que estaba desunido, en crear las condiciones
para establecer una nueva realidad de convivencia. Su esfuerzo estuvo centrado
en convencer a los líderes de las FARC de aceptar los acuerdos que se les
proponían, de admitir que tenían que confesar sus delitos, entregar sus armas,
desmovilizar sus tropas, devolver a los niños, dejar de hacer la guerra, esos
detalles del Proceso; y de convencer a los colombianos de la conveniencia del
final del conflicto, de sus beneficios.
El No, en cambio, lo único que tuvo que hacer
fue agitar el sonajero durante todo ese tiempo: cero esfuerzo, gran ganancia. No
se desgastaron yendo a La Habana, tampoco tuvieron que convencer a nadie: sus
huestes estaban ya compuestas de una multitud de uribistas convencidos de que
Juan Manuel Santos los había traicionado y otra multitud de colombianos que
odiaban (y siguen odiando) a las FARC. Lo único que tuvo que hacer el senador
Uribe durante todos esos años de negociación fue mantener a esas fuerzas
agitadas.
A la hora del Plebiscito, cuando quedaban
apenas semanas para decidir, según confesión de uno de sus principales protagonistas,
manipularon el mensaje para conseguir que la gente, su gente, saliera a votar
enojada, angry.
El Sí cometió varios errores tácticos que
acabaron siendo estratégicos. Por ejemplo, el derroche de la ceremonia en
Cartagena de Indias fue visto por muchos como un gesto de ‘esto ya está hecho’.
El mensaje que nos llegó a todos fue que ya estaba resuelto el asunto. Para colmo,
las encuestas ayudaron al No, porque daban al Sí unas ventajas imposibles de
superar. En conclusión, como en Gran Bretaña, los incrédulos, los perezosos, los
apáticos (y los jóvenes rumbeados) se quedaron en casa y los que sí salieron a
votar fueron los que estaban ‘berracos’, como nos dijo el señor Vélez Uribe.
Ahora estamos tratando de recomponer lo
deshecho por el Plebiscito y yo tengo fe en que seremos capaces de resolverlo. Así
lo he dicho desde el principio.
Sin embargo, este artículo trae otra
advertencia: aquí, en EEUU, puede ganar el voto emberracado de los seguidores
de Donald Trump que ya han demostrado que nada los va a mover de su puesto. Ni si
quiera la denuncia en el Washington
Post de que el hombre es un abusador serial que se ha aprovechado de
decenas de mujeres durante su vida, gracias a su poder y dinero. De hecho, la
reacción del candidato ha sido la de irse lanza en ristre contra Hillary Clinton
por los pecados de su marido y contra los republicanos que lo han rechazado a
él ‘por hipócritas’ (los ‘traidores’, como veían los uribistas a Santos o a la
Unión Europea los del Brexit).
Las encuestas no han cambiado. Y, es mejor que
no lo hagan, a ver si el susto de que gane Trump los enoja y los moviliza, como
unas encuestas diferentes habrían podido motivar a los milenials a votar en el
Brexit o por el Sí en Colombia.
Porque si algo hay que aprender de esas elecciones
es que el que gana es el voto enojado, el voto arrecho, el voto emberracado, el
voto del que está motivado. Hasta ahora había ganado el miedo (como cuando ganó
su reelección George W. Bush) o la esperanza (como cuando ganó Barack Obama), pero
hoy el voto que suma es el enojo, y yo no veo a los estrategas demócratas
sacando a relucir el enojo de los que sentimos que es indigno lo que nos ocurre
en este país, que el más misógino, xenófobo, discriminador y abusivo de los
candidatos tenga todavía un chance de ganar.
En EEUU hay muchos blancos que se sienten enojados
convencidos de que han sido desplazados por la inmigración; muchos cristianos
que se sienten amenazados por el islam; muchas mujeres no feministas a quienes
parece no importarles que un hombre abusivo llegue al poder; muchas personas
que se han dejado enojar durante años de adoctrinamiento por FoxNews, Rush
Limbaugh, Glenn Beck y ahora Breitbart. Han sido años de ir construyendo las
bases del desastre que se avecina. Entretanto, los demócratas no han conseguido
simplificar su mensaje, avivar su lenguaje y azuzar a sus votantes.
Yo no sé si entre mis escasos lectores habrá
alguno que consiga llevar el mensaje al tope de la lista, a alguien que comprenda
que es urgente que se despierte la pasión entre el votante de Hillary Clinton
para conseguir que se sienta enojado
para salir a votar el 8 de noviembre. De no sentir pasión por lo que va a
conseguir, lo que nos espera es un verdadero desastre global: la toma del poder
en EEUU por Donald J. Trump, un desastre mil veces peor que el triunfo del
Brexit y del No, un daño irreparable a nuestro mundo.
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