Sunday, October 9, 2016

Los peligros del “angry vote”

A pesar de todo lo que se ha denunciado y dicho respecto a su delirante personalidad, ¿podría todavía el ‘angry vote’ hacer ganar la Casa Blanca a un personaje como Donald Trump? El peligro es latente y las consecuencias pueden ser funestas, no solo para los estadounidenses, sino para todo el mundo.

"The Pump at Broad Street,
London, 1854,
Source of Cholera Epidemic",
dibujo del autor
Creo que algunas lecciones las tenemos en otros procesos recientes en los que los resultados han sido inesperados e imposibles de calcular. ¿Qué pasó en el Plebiscito en Colombia? ¿Qué pasó en el Brexit en Gran Bretaña? ¿Qué ha pasado con las democracias que los pueblos toman decisiones tan inconvenientes para ellos mismos?

Lo que ha pasado es que las elecciones se han convertido en un asunto de mercadeo y publicidad, que los políticos y sus estrategas aprendieron a tocar los instrumentos de la democracia de manera magistral para lograr sus objetivos.

Veamos el caso colombiano, que está más próximo en tiempo y afectos.

Cuando aún no salíamos del desconcierto que causó el triunfo del No por 0,43% de los votos con un 63% de abstención, apareció una entrevista en el diario La República en la que pudimos enterarnos, de primera mano, de algunos de los secretos con los que se había manejado la campaña del No, revelaciones de vanidad hechas por el mismísimo Gerente de la campaña, una verdadera confesión, si se quiere. Ese mismo día, en medio del escándalo que se armó, el líder del No censuró y contradijo a su Gerente, obligándolo a renunciar al partido Centro Democrático.

A pesar del desmentido, yo le creo más al Gerente Juan Carlos Vélez Uribe que al expresidente Álvaro Uribe Vélez. No se necesita ser muy allegado ni haber estado en las reuniones de estrategia para distinguir cómo manejaron el mensaje. Bastaba con escuchar el mensaje, ver con qué pasión lo que reproducían con tanta disciplina los seguidores de Uribe, los cristianos, los admiradores de Ordoñez y los dos o tres seguidores que le quedan a Pastrana.

Era claro que la idea era aprovechar la impopularidad de los principales protagonistas de la historia, convertir en el imaginario a Juan Manuel Santos y a la guerrilla de las FARC en aliados: de ahí la insistencia en que lo que nos esperaba era el castrochavismo, que lo que se avecinaba era el socialismo del siglo XXI de la mano de dos enemigos que, al cabo de seis años, habían conseguido dirimir sus enemistades.

He ahí el peligro que enfrentamos en EEUU: que un voto enojado y ‘berraco’ como el de No en Colombia, o el del Brexit en Gran Bretaña, nos deje con Mr. President Trump. Todo porque los estrategas y mercachifles de un lado han sido más efectivos en entregar su mensaje y movilizar a sus huestes. Todo porque Trump ha sido un mago de la manipulación de la televisión reality.

Porque de eso se trata todo: de lanzar el mensaje y conseguir que la gente que lo escucha y lo recibe como uno quiere se sienta motivada para salir a votar. Porque votar es un acto de absoluta trascendencia en las democracias, pero la gente actúa y decide como si se tratara de una cita de ex cónyuges después del divorcio.

El ejemplo colombiano es perfecto. El Sí venía trabajando durante años en la elaboración de los Acuerdos, en la negociación, en el negocio de la paz, de unir lo que estaba desunido, en crear las condiciones para establecer una nueva realidad de convivencia. Su esfuerzo estuvo centrado en convencer a los líderes de las FARC de aceptar los acuerdos que se les proponían, de admitir que tenían que confesar sus delitos, entregar sus armas, desmovilizar sus tropas, devolver a los niños, dejar de hacer la guerra, esos detalles del Proceso; y de convencer a los colombianos de la conveniencia del final del conflicto, de sus beneficios.

El No, en cambio, lo único que tuvo que hacer fue agitar el sonajero durante todo ese tiempo: cero esfuerzo, gran ganancia. No se desgastaron yendo a La Habana, tampoco tuvieron que convencer a nadie: sus huestes estaban ya compuestas de una multitud de uribistas convencidos de que Juan Manuel Santos los había traicionado y otra multitud de colombianos que odiaban (y siguen odiando) a las FARC. Lo único que tuvo que hacer el senador Uribe durante todos esos años de negociación fue mantener a esas fuerzas agitadas.

A la hora del Plebiscito, cuando quedaban apenas semanas para decidir, según confesión de uno de sus principales protagonistas, manipularon el mensaje para conseguir que la gente, su gente, saliera a votar enojada, angry.

El Sí cometió varios errores tácticos que acabaron siendo estratégicos. Por ejemplo, el derroche de la ceremonia en Cartagena de Indias fue visto por muchos como un gesto de ‘esto ya está hecho’. El mensaje que nos llegó a todos fue que ya estaba resuelto el asunto. Para colmo, las encuestas ayudaron al No, porque daban al Sí unas ventajas imposibles de superar. En conclusión, como en Gran Bretaña, los incrédulos, los perezosos, los apáticos (y los jóvenes rumbeados) se quedaron en casa y los que sí salieron a votar fueron los que estaban ‘berracos’, como nos dijo el señor Vélez Uribe.

Ahora estamos tratando de recomponer lo deshecho por el Plebiscito y yo tengo fe en que seremos capaces de resolverlo. Así lo he dicho desde el principio.

Sin embargo, este artículo trae otra advertencia: aquí, en EEUU, puede ganar el voto emberracado de los seguidores de Donald Trump que ya han demostrado que nada los va a mover de su puesto. Ni si quiera la denuncia en el Washington Post de que el hombre es un abusador serial que se ha aprovechado de decenas de mujeres durante su vida, gracias a su poder y dinero. De hecho, la reacción del candidato ha sido la de irse lanza en ristre contra Hillary Clinton por los pecados de su marido y contra los republicanos que lo han rechazado a él ‘por hipócritas’ (los ‘traidores’, como veían los uribistas a Santos o a la Unión Europea los del Brexit).

Las encuestas no han cambiado. Y, es mejor que no lo hagan, a ver si el susto de que gane Trump los enoja y los moviliza, como unas encuestas diferentes habrían podido motivar a los milenials a votar en el Brexit o por el Sí en Colombia.

Porque si algo hay que aprender de esas elecciones es que el que gana es el voto enojado, el voto arrecho, el voto emberracado, el voto del que está motivado. Hasta ahora había ganado el miedo (como cuando ganó su reelección George W. Bush) o la esperanza (como cuando ganó Barack Obama), pero hoy el voto que suma es el enojo, y yo no veo a los estrategas demócratas sacando a relucir el enojo de los que sentimos que es indigno lo que nos ocurre en este país, que el más misógino, xenófobo, discriminador y abusivo de los candidatos tenga todavía un chance de ganar.

En EEUU hay muchos blancos que se sienten enojados convencidos de que han sido desplazados por la inmigración; muchos cristianos que se sienten amenazados por el islam; muchas mujeres no feministas a quienes parece no importarles que un hombre abusivo llegue al poder; muchas personas que se han dejado enojar durante años de adoctrinamiento por FoxNews, Rush Limbaugh, Glenn Beck y ahora Breitbart. Han sido años de ir construyendo las bases del desastre que se avecina. Entretanto, los demócratas no han conseguido simplificar su mensaje, avivar su lenguaje y azuzar a sus votantes.

Yo no sé si entre mis escasos lectores habrá alguno que consiga llevar el mensaje al tope de la lista, a alguien que comprenda que es urgente que se despierte la pasión entre el votante de Hillary Clinton para conseguir que se sienta enojado para salir a votar el 8 de noviembre. De no sentir pasión por lo que va a conseguir, lo que nos espera es un verdadero desastre global: la toma del poder en EEUU por Donald J. Trump, un desastre mil veces peor que el triunfo del Brexit y del No, un daño irreparable a nuestro mundo.


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