Monday, September 19, 2016

Conservadores de izquierda


El profesor Manuel Gaona, magistrado que falleció en el holocausto del Palacio de Justicia en Bogotá, hablaba despacio cuando daba sus clases en el primer año de la facultad de Derecho en la Universidad Externado. Era fantástico, porque podían anotarse sus cátedras casi palabra por palabra. Recuerdo que, por esa misma razón, mi cuaderno de Constitucional I era el que más quería. Volver a abrir sus páginas era volver a escucharlo.

"La izquierda", foto del autor
Con esa voz cadenciosa y muy buen humor, el profesor Gaona tenía una serie de frases que repetía con insistencia, como para que quedaran grabadas en la memoria de sus estudiantes: “¿Qué es estupro? Estupro es prometer para meter y, después de haber metido, no cumplir lo prometido”, era una de sus favoritas. Pero quizás la más importante de todas era esta: “Los de la izquierda eran los de la derecha y los de la derecha eran los de la izquierda”.

Esta referencia a la Revolución Francesa solía ponerla a juego cuando el debate se salía del curso de las aguas constitucionales para anegar los terrenos de la política, que le son colindantes. Se refería al hecho de que en el Parlamento francés posrevolucionario los miembros de cada tendencia solían juntarse a un lado del recinto y sus oponentes al otro. A la izquierda quedaron los de tendencias liberales y a la derecha los de tendencias conservadoras.

La ironía del profesor Gaona era sabia: los legisladores estaban convencidos de pertenecer a la izquierda, pero debían sentarse a la derecha, puesto que la referencia se hacía desde la Presidencia del Parlamento, que los veía a su izquierda. Reconozco que esta referencia del profesor Gaona me ha acompañado desde entonces, haciéndome cuestionar la validez de las etiquetas con las que nos referimos unos a otros, las marcas que solemos ponernos para identificarnos –o, para confundirnos.

La famosa promesa neoliberal de los años noventa de que se acabarían las ideologías resultó incumplida y por eso los debates políticos que hoy nos ocupan siguen enmarcados en decisiones similares entre la derecha y la izquierda, entre conservadores y liberales. Sin embargo, algunos de los elementos que pertenecían a la izquierda están hoy en manos de la derecha y viceversa.

Ejemplo, Brexit+Trump: desde la derecha se promocionó con insistencia durante décadas la idea de la globalización económica. La crítica que hacía la izquierda en su momento tenía que ver con que la doctrina de mercado abierto era destructiva para las clases populares y los países en desarrollo y sólo favorecía las multinacionales y a los países del primer mundo. Hoy, en cambio, vemos cómo los promotores del Brexit y el candidato republicano Donald Trump son quienes hablan una vez más de nacionalismo, de proteccionismo, de una política que cierre las fronteras e imponga restricciones al mercado. ¿Quiere decir que ya se han enriquecido lo suficiente los súper-ricos? No. Sabemos que la ambición no cesa. La motivación es otra, pero la excusa es el tema de la seguridad. En últimas, lo que importa es agitar al electorado para ganar y después se resuelve.

Y, ¿dónde vemos a la izquierda de derecha? En Venezuela, por ejemplo, o en Cuba, tal como se vivió en la Unión Soviética que nos entregó a la hoy ultraconservadora y ortodoxa Rusia. Durante décadas, la izquierda utilizó el lenguaje del oprimido para agitar a las masas, tanto que la lucha por los Derechos Humanos es vista hoy como una causa netamente de la izquierda. Sin embargo, una cosa es luchar por el poder y otra muy distinta ejercerlo.

He ahí la gran contradicción: ser revolucionario suele implicar ser liberal, en el sentido de promover y desear mayores libertades. Pero ese discurso es útil mientras se lucha para alcanzar el poder. Una vez allí, automáticamente y en razón de las urgencias que impone su subsistencia, la izquierda se torna en el elemento conservador de su propio régimen.

Por eso la Venezuela madurista está tan empeñada en contener a la oposición y para ello hace uso de los más rancios elementos del ejercicio del poder desde el Estado: represión y adoctrinamiento. Los poderes están afiliados con la ideología del partido dominante: el Ejecutivo, obviamente, pero también el Tribunal Superior de Justicia, el Consejo Nacional Electoral, la Fuerza Armada, múltiples medios de comunicación escrita, hablada y en TV. El sistema de educación se ha transformado en una máquina de adoctrinamiento y se usan todos los recursos para ello.

En Venezuela hay presos políticos, comenzando por el más visible de ellos, Leopoldo López, condenado a casi quince años de cárcel acusado de unos delitos que su mismo fiscal, hoy en el exilio, dice que han sido orquestados. Sin embargo, allí está, en una prisión militar, bajo un intenso régimen represivo que hace recordar el trato inhumano que desde la misma izquierda latinoamericana se criticó de las dictaduras de derecha durante los años setenta. López no es el único: con él han sido arrestados decenas de estudiantes y líderes, algunos de los cuales continúan en prisión.

He aquí la razón por la cual hablo de los conservadores de izquierda, algunos de los cuales me cruzo por las redes sociales y en debates diversos. Confieso que muchas veces es más difícil dialogar con ellos que con la gente que se declara abiertamente de derecha, porque suelen vivir en negación. Su corazón pueden seguir legítimamente convencido de las gracias y maravillas del estado socialista –políticas públicas de atención a los más necesitados, por ejemplo-, pero para proteger eso (real o fantástico) están dispuestos a hacerse los ciegos respecto a las manchas que tienen sus líderes, en particular, la insistencia en mantenerse en el poder durante muchos años, incluso décadas, tal como han logrado Hugo Chávez/Nicolás Maduro, Rafael Correa, Daniel Ortega y Evo Morales, sin olvidar, claro, las seis décadas de la revolución cubana en manos del castrismo.

He ahí claros ejemplos de estos conservadores de izquierda, gente que sostiene ideas liberales y de respeto a los derechos humanos en tanto estas sean convenientes y permitan llegar al poder, pero una vez en ejercicio, las olvidan con la disculpa de que hay que defenderse del imperialismo y otros ogros de la ‘ultraderecha’. ¿Cómo, si no es por medio del estado policial de vigilancia, se ha sostenido la revolución cubana?

Es una triste ironía que nos debe ayudar a recordar la frase de Heráclito de Éfeso: “El poder no cambia al hombre; lo muestra tal cual es”. A la que debemos agregar la sentencia del ‘Dios Emperador de Dune’, la obra magna de Frank Herbert: “El poder atrae a lo corruptible”. Por lo tanto no es de extrañar que al cabo de las revoluciones más justas, las sublevaciones más urgentes y las elecciones más necesarias, el poder que de ellas emerge es igualmente atractivo para los corruptos recién llegados como lo era para quienes han sido reemplazados.

De ahí que nuestro deber sea el de mantenernos siempre alertas del abuso de poder y no adherir de lleno a ninguna doctrina, por bella que esta luzca. Cabalgando junto a los más justos siempre llegarán jinetes del pavor y la ambición. Y, no olvidemos, que "los de la izquierda son los de la derecha", en especial cuando están en el poder. Y, viceversa.
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