Thursday, September 1, 2016

Construir la paz sin usar las armas


"Para llegar a lo fácil", ilustración del autor
Ayer tuve ocasión de asistir a un desayuno convocado por la Cámara de Comercio Colombo-Americana durante el cual realizamos un taller para hablar de la paz en paz. Fue una experiencia muy grata haber compartido con decenas de colombianos dispuestos a hablar acerca de este tema, que tanto nos divide y que es el más urgente que tenemos por resolver.

El ejercicio fue coordinado por la profesora Elvira María Restrepo de la Universidad de Miami, quien desde hace años viene trabajando en el diseño de una plataforma que para realizar esta clase de conversaciones que permiten que nos escuchemos unos a otros y así aprendamos de nuestras diferencias.

En este blog no pretendo contar todas las conclusiones a las que arribó ese grupo de 60 personas, pero  sí quiero compartir las principales lecciones que aprendí.

Como dije durante el desayuno, me complació mucho encontrarme con gente dispuesta a hablar acerca del Acuerdo con las FARC, pero me sorprendió más encontrarme que muchas de esas personas estaban dispuestas a votar por el Sí. Hasta ese momento estaba convencido de que yo era una especie de ser mitológico en el sur de la Florida, pues no me cruzo con muchas personas de ese parecer en estas ciudades de tanta gente del uribismo. De modo que fue grato encontrar a muchas personas que, aunque tienen reservas, están dispuestas a cerrar este capítulo de la violencia con la más antigua guerrilla del continente.

La segunda gran lección de ayer fue que todos coincidimos en que el Acuerdo del fin de las hostilidades entre el Gobierno y las FARC no equivale a la paz. A todos nos queda claro que, aunque esa palabra tiene gran utilidad política en el momento, la realidad es que la paz es un sueño aún no realizado y que contiene muchos más elementos que el silencio de los fusiles. La paz, y en eso coincidimos los asistentes por el Sí y por el No, es algo que apenas vamos a comenzar a construir a partir de estos acuerdos, y sólo si conseguimos que muchos más se sumen a ese empeño.

Cuando los asistentes intentamos definir “qué es la paz”, el concepto se amplió para incluir muchas cosas que no están escritas en el Acuerdo y sus Anexos. Colombia está convencida, desde hace años, que la pobreza de la mayoría, la injusticia, la represión, la desigualdad, la falta de educación y oportunidades, la discriminación, son las verdaderas causas del descontento que nos impulsa a la violencia. Mientras esos factores –y otros que no alcanzo a mencionar- no se resuelvan, la paz como tal no existirá, pues siempre habrá quienes se sientan ofendidos y quienes serán víctimas de los aparatos formales e informales de la represión.

Lo sorprendente de esto no es lo lógico de este razonamiento sino lo parecido con lo que se decía en los años sesenta, setenta, ochenta, noventa para justificar la necesidad de armarse y hacer la guerra. La principal motivación era la búsqueda de lo que entonces se puso de moda llamar “una paz con justicia social”. El discurso de entonces, que motivó a miles de jóvenes a largarse al monte o a irse a la clandestinidad, es esencialmente una asignatura que todavía tenemos pendiente.

Lo que los colombianos decidiremos con un Sí o con un No el 2 de octubre es algo mucho más sencillo en el fondo, aunque en la forma haya requerido de cuatro años de negociación y un documento de 297 páginas: lo que vamos a decir es que seguiremos buscando la paz, pero sin hacer uso de las armas.

La desmovilización y el desarme de las FARC es un mensaje para nosotros en el presente, y para nuestras generaciones futuras, de que es imposible crear justicia, igualdad y paz a punta de fusiles y bombas. Los colombianos lo hemos intentado desde el comienzo de nuestra historia y, doscientos años después, no lo hemos conseguido. Con este voto el 2 de octubre estamos diciendo que hemos aprendido la lección y que no seguiremos buscando con el dolor de unos aplacar el dolor de otros.

En cuanto a la paz, esa es la historia que debemos seguir construyendo día a día. Para comenzar, será necesario que abandonemos la costumbre tan arraigada de la corrupción –la de los grandes corruptos y la de los pequeños actos de corrupción cotidianos que todos cometemos. También requerirá de nuestra participación directa y continua en la supervisión de la labor pública y en la ejecución de obras que contribuyan a construir espacios de libertad.

De modo que le invito a que vote Sí, para que podamos dedicarnos a esta labor de construcción de la paz, en paz.

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